domingo, 15 de febrero de 2015

El misterio de Aguas Verdes Capítulo III


Al principio Ríos no quería subir, los demás lo habían convencido con el argumento de que "alguien quería proponerles algo relacionado con el caso de Pastrana y el novato", al parecer el conductor había estado esperando a unas cuadras de distancia a que Ríos llegase ese día para reunirse con sus compañeros en la tienda. Ahora avanzaban con lentitud por las calles. Si bien es cierto que Aguas Verdes era un pueblo pequeño cerca a las montañas y entre valles boscosos a unas cuatro horas de la ciudad más cercana por una carretera de mierda, había crecido bastante en los últimos años, sobre todo la calle comercial donde ahora abundaban los almacenes de ropa y calzado. Hacía ya casi nueve años que Ríos había llegado trasladado y se había establecido ahí con su esposa en embarazo. Aún recordaba la primera conversación con el amable Vélez cuando llegó a la estación de policía:

– Mucho gusto mi Cabo, Rodrigo Vélez. Si puedo ayudarle en algo con gusto, no dude en hablar. Yo ya soy perro con maña en este pueblo.
– Bueno, si puede ayudarme a que me devuelvan a donde estaba, se lo agradecería Vélez –Respondió Ríos en tono jocoso–
– No se queje mi cabo, no se queje, es cierto que este es un pueblo muerto alejado de muchas cosas pero no lo subestime. Aquí se vive bien, además es tranquilo y por mucho tendremos que lidiar con uno que otro ladrón de barrio, pero poco más que eso.
– Bueno, entonces tendré que acostumbrarme.
– Será bueno que lo haga mi cabo, estamos tan lejos y tan olvidados que la mayoría llevamos aquí años, muy rara vez se ve por aquí un traslado, a no ser que la cagada que haga sea muy grave.
– Gracias Vélez, lo tendré en cuenta, pero créame que no me interesa cagarla, por cierto, Cabo Guillermo Ríos para servirle.

Ya habían pasado un par de años desde el último ascenso de Ríos; Vélez estaba retirado y lo acompañaba al lado derecho en la parte trasera del automóvil, ya no tenía esa actitud jovial y parecía cansado, mucho más viejo y cansado de lo que Ríos había percibido antes. En el mismo asiento pero al lado izquierdo iba López tarareando su estúpida canción mientras miraba distraído por la ventana, esa canción sin duda despertaba un mal recuerdo en la memoria del Sargento Ríos. El conductor del automóvil era el lava perros de un “respetable” comerciante de la región, el conocido señor Luis Enrique Correa, del que muchos rumoreaban tenía negocios sucios pero al que nunca se le había comprobado nada. Al lado del conductor iba el negro Castro con su cara de preocupación al que se le notaba la tensión por encima.

El automóvil se movió por las calles de Aguas Verdes hasta llegar a un lote baldío que había servido alguna vez como parqueadero de maquinaria pesada, sus ocupantes iban en silencio pero la tensión se sentía dentro y el calor a esa hora era insoportable. El parqueadero estaba rodeado por una malla oxidada y la única entrada era por una reja con candado. Casi sin que el auto tuviera oportunidad de detenerse un hombre abrió la reja desde adentro permitiéndoles el paso; cuando el auto hubo cruzado por completo el mismo hombre cerró la reja y se perdió entre los restos de chatarra que aún quedaban en el sitio. Finalmente el auto se detuvo frente a las puertas de un viejo edificio que parecía haber sido usado alguna vez como almacén o taller. Todos los ocupantes se bajaron del vehículo, Ríos notó que ya había dos autos estacionados en el sitio, eso indicaba que con quien iban a verse ya los estaba esperando.

El hombre que había abierto las rejas llegó por detrás sin aviso y abrió la puerta del almacén sin mediar palabra, los cuatro policías entraron entendiendo que debían hacerlo, el edificio adentro estaba oscuro y lleno de polvo, aunque algún chorro de luz se colaba por los vidrios rotos. Tras ellos entró el conductor que les indicó que subieran por una escalera, en la parte de arriba se veía una especie de oficina con las luces encendidas. Los policías subieron sin decir nada, tocaron la puerta y desde adentro se oyó un “sigan” que les permitió el paso. Adentro había tres hombres, todos se pusieron de pie para saludar. Cuando Ríos entró no se sorprendió de ver al señor Correa tras un escritorio, ni siquiera le sorprendió ver a Estrada que le tendía la mano pues algo así estaba esperando desde que vio su vehículo estacionado afuera, lo que no entendía era la presencia del comandante de la estación de Aguas Verdes, el teniente Medina que se ponía de pie con los brazos cruzados justo detrás de Estrada.

4 comentarios:

  1. Así que, los que les han ido a buscar son el comerciante Correa y el teniente Medina y el tal Estrada, ¿no? Mmm... Y ¿qué tendrán estos que ver con el asesinato de los compañeros de Ríos? ¿Y por qué han esperado a que Ríos fuera a verse con los otros?
    Dudas y más dudas... Joooo
    Interesante, y cada vez parece complicarse más. ¡Tendré que seguir leyendo!
    ¡Abrazos! :D

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    1. je, je, je, je, bueno, me agrada que te interese, saludos y un abrazo enorme Carmen.

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  2. Pero bueno! Me gusta y a la vez me fastidia cómo vas dando las pinceladas suficientes para mantener la atención del lector sin desvelar ni un solo detalle de la trama, jejeje!! Muy bueno, y la prosa es magnífica!
    Un saludo!

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