jueves, 2 de noviembre de 2017

Lilie

Lilie avanzaba por el pasillo central de aquella enorme catedral de aspecto gótico, aunque sin saber bien por qué; ya que instantes antes, sacudía la mano desde la popa de un barco para despedirse de un hombre de aspecto pálido y demacrado que lloraba enjugándose las lágrimas con un raído pañuelo; pero ahora estaba aquí, caminando y oyendo como retumbaban sus pasos en el eco de aquel magno edificio. Un grupo de mujeres jóvenes salía en dirección contraria a la suya, buscando la puerta. Las mujeres de variopintos aspectos ni siquiera se inmutaron en mirar a Lilie, pero ella no pudo evitar notar las expresiones indiferentes de sus rostros. Lilie tenía miedo, aunque no sabía que había más adelate, sospechaba que lo que estaba a punto de encontrar pondría fin a algo que ella había postergado durante meses. No era la primera vez que Lilie recorría los pasillos de aquella catedral y algo en su interior le gritaba que regresara, que no continuara, que se evitara la pena de ver tan patético espectáculo, sin embargo, Lilie tomó fuerzas de dónde no las tenía para continuar caminando.

Lilie avanzó hasta el altar y aunque por alguna extraña razón no podía ver aún lo que encima se hallaba, sabía que era algo que no quería ver, pero que debía hacerlo; cerró los ojos y presta a subir los cinco escalones que la separaban de su objetivo oyó la voz de un niño, una voz conocida que le heló la sangre, pues en el fondo de su corazón sabía quien era y entendía ya como iba a terminar todo.

- ¿Qué haces aquí? -Preguntó la voz pausadamente-

Al voltear a mirar a su derecha, Lilie lo vio parado ahí, inmutable, con su overall de jean zul oscuro sobre su camisita rojo encendido. Era un pequeño inexpresivo, erguido lo más que su baja estatura le permitía y miraba a Lilie como esperando su respuesta.

- Tú sabes lo que hago aquí -Respondió Lilie- sin poder evitar que un nudo se le hiciera en la garganta.

El pequeño se limitó a asentir con la cabeza antes de responder:

- Pues entonces hazlo y no pierdas más tiempo.

Lilie volteó la mirada y subió el primer escalón al altar, solo eran cinco pero al subirlos uno a la vez, sintió que eran millones y que en lugar de acercarse a su objetivo cada vez se alejaba más de él, sin embargo, al final pudo llegar ante la mesa del altar. Solo bastó una mirada para corroborar lo que ella esperaba encontrar. Él estaba ahí, el mismo joven que minutos atrás la despedía desde el muelle con los ojos inundados en lágrimas.

De no ser por su torso desnudo que dejaba al aire libre las seis cicatrices de su pecho y en la mitad de ellas aquella horrible herida con la sangre ya seca, se hubiera podido pensar que dormía. Contrario a lo que Lilie esperaba, de sus ojos no brotaron lágrimas, y el nudo en su garganta desapareció, fue como si en un instante toda la culpa, la pena y el dolor se hubieran desvanecido, Lilie, por primera vez en largos años se sentía tranquila, sin embargo una duda aún la inquietaba.

- ¿Dónde está su corazón? -Giró para preguntarle al pequeño que aún la observaba inmutable-

- Está justo donde te dije que iba a estar -Respondió el niño-

En ese momento Lilie lo oyó, escuchó ese retumbar dentro de su propio pecho como si se fuera a salir de repente y no pudo evitar sentir lástima por aquel pobre desdichado que yacía en el altar, al mismo tiempo que de pie ante sus ojos.

- ¡Quitamelo!, ¡ya no lo quiero!, ¡ya no lo necesito! -Exclamó Lilie suplicante ante la mirada del chico-

- No puedo, ya no me es posible -Fue toda la respuesta que recibió-

De repente Lilie sintió como ese corazón ajeno dentro de su propio pecho empezó a latir más fuerte cada vez, como si en un momento fuera a explotar o a abrirse paso entre huesos, músculo y piel para salir a la luz. Cada vez el sonido y el golpeteo dentro de su pecho eran más insoportables, mientras ella trataba desesperadamente de contener el llanto. Lilie cayó al suelo desplomada, segura de que su pecho iba a estallar en cualquier momento, cerró los ojos y empuñó las manos esperando que llegara el final y en un instante, cuando el dolor era más insoportable, abrió los ojos irguiéndose y liberando un desgarrador grito.

Lilie intentó mirar a su alrededor, pero la oscuridad solo le permitía percibir sombras, estaba desnuda, empapada en sudor, enredada con las sábanas de su cama y el dolor había desaparecido por completo junto con la sensación de angustia. Encendió la luz de la mesita de noche para buscar un vaso con agua y en ese mismo instante, de entre las sombras surgió él. Aquel espectro burlón que la había atormentado cada noche de los últimos años; sin embargo, esta vez era diferente; aquel engendro parecía más humano que nunca, su apariencia era la de un ser frágil y sensible, incluso Lilie podía jurar que lo veía triste.

- He venido a despedirme -Dijo el engendro en una voz que era más bien un susurro casi inaudible- Todo ha terminado ya, ahora puedes seguir tu vida en paz.

- ¿Y qué va a pasar con él? -Preguntó Lilie sin poder evitar sentir un poco de lástima-

- Nada -Respondió el espectro- Ahora es mío, mío de nuevo, como siempre debió ser...

Lilie asintió; el demonio con una amplia sonrisa, hizo una leve venía de despedida. Lilie cerró los ojos por una fracción de segundo y al instante volvió a despertar. A su lado, estaba aquel hombre que ahora calentaba sus sábanas por las noches, mirándola sonriente mientras le acariciaba el cabello y esperaba que despertara. La pesadilla por fin había terminado, pero Lilie sabía exactamente lo que ello significaba.

Septiembre de 2017

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