César iba esa mañana rumbo a la universidad en la misma ruta que tomaba todos los días a las 05:30 en punto. Por suerte había alcanzado un puesto junto a la ventana, al lado derecho del vehículo, pues todas las otras sillas iban ocupadas; sin embargo, iba bastante incómodo pues le había tocado justo el lugar sobre las llantas y además de ser un espacio pequeño, sentía en su espalda, cada salto que el bús daba ante los frenazos repentinos del conductor.
Era el primer día de clases y estaba ansioso, pues las asignaturas que tendría ese semestre, eran de las más complicadas de la carrera. La ciudad aún continuaba conmocionada por lo sucedido el viernes anterior en el barrio El Calvario y las emisoras matutinas no hablaban de otra cosa. Junto a él, iba una chica poco llamativa, con la mochila sobre el regazo y que chateaba despreocupadamente en su teléfono sin prestarle atención, mientras el resto de sillas estaban ocupadas por otros estudiantes, obreros u oficinistas jóvenes que dormitaban antes de llegar a sus respectivas paradas. En el pasillo del vehículo, otras cuantas personas viajaban de pie y hacían gestos de desagrado cada que el conductor se detenía para recoger a más pasajeros, pues la ruta apenas empezaba y casi siempre, a mitad de recorrido se llenaba de gente hasta la puerta.
Era una mañana extraña en la ciudad de Cali; una tenue neblina cubría las calles y se mezclaba con el sucio humo expedido por los vehículos que empezaban a crear congestión, mientras que el frío que para los caleños resultaba extremo, hacía que cada quien se enfurruñara en su silla cubierto con un saco de lana o una chaqueta de jean. César, a pesar de su posición incómoda, intentó conciliar un poco el sueño, recostándose contra la ventanilla, pero la vibración hacia que se golpeara la sien contra el cristal. En una de tantas paradas, tres hombres sospechosos se subieron al bús y al ver como uno de ellos se movía entre el resto de la gente para llegar hasta el fondo del pasillo, el muchacho solo pudo susurrar entre dientes un insulto y apretar las manos contra su maletín, rogando para que no estuvieran planeando alguna fechoría. Lastimosamente y para mala suerte de César, los tres individuos estaban planeando justo lo que el temía.
No habían avanzado mucho, cuando el sujeto que se encontraba más adelante, en un rápido movimiento sacó su arma y la apuntó a la cabeza del conductor entre gritos y amenazándolo de muerte si detenía el vehículo. A su vez, los otros dos sacaron sus armas y las apuntaron a los pasajeros asustados exigiéndoles que entregaran todo lo que llevaban encima. El sujeto de la parte trasera, le arrebató a una mujer su bolso, mientras ella suplicaba entre sollozos que no lo hiciera y empezó a recorrer todo el pasillo despojando a cada pasajero de sus pertenencias, usando el bolso de la mujer para guardarlas, mientras los dos de adelante que parecían desesperados, continuaban vociferando y apuntando con sus pistolas en varias direcciones. Pero cuando el maleante del bolso llegó hasta la hilera en la que estaban sentados César y la chica, las cosas se complicaron.
Mientras César entregaba sus cosas sin oponerse, la muchacha se aferraba a su mochila, rogando que la dejaran siquiera conservar sus documentos y un libro, a pesar de tener el cañón de una arma, apoyado justo sobre la coronilla de la cabeza. El maleante entre desesperado y alterado, forcejeaba con la chica sin dejar de gritarla e insultarle, mientras los otros dos individuos continuaban amenazando al conductor y al resto de los pasajeros con sus armas.
César se sentía impotente y frustrado, a pesar de que la vergüenza le comía el estómago pues esa muchacha estaba mostrando mucho más valor que él y que cualquier otra persona en el autobús; la cobardía no le permitía ni siquiera mover las piernas. De repente, un disparo escapó del arma del bandido que trataba de arrebatarle la mochila a la muchacha y pasó a pocos centímetros del rostro de César para terminar perforando la ventanilla que se fisuró en mil direcciones distintas. Un grito de terror escapó de varias personas que se cubrieron la cabeza y se agacharon sobre sus sillas, mientras uno de los delincuentes de la parte delantera maldecía e insultaba al otro por haber metido la pata. Por suerte, nadie estaba herido y la muchacha seguía aferrándose a su maleta con el mismo ímpetu de antes. En ese momento, el otro tipo que se encontraba adelante, disparó al techo ordenando la calma entre los pasajeros, antes de gritar al que estaba atrás:
- ¡¡DEJÁ QUE ESA PUTA SAQUE LO QUE TENGA QUE SACAR Y VÁMONOS RÁPIDO QUE YA NOS CALENTAMOS!!
A lo que el otro respondió mirando a la muchacha, soltando la mochila y ordenándole:
- A VER MAMITA, MUEVALE PUES
La chica, rápidamente se apropió de la mochila y de reojo miró a César que se sintió acusado mientras todo el cuerpo le temblaba de terror. Pero algo sucedió en cuestión de segundos, sin permitir que nadie tuviera tiempo de reaccionar. La muchacha que hasta hace un instante hurgaba en su mochila con determinación, la había levantado como si sostuviera algo dentro de ella con ambas manos, dos fuertes estallidos se escucharon y el bandido que había estado forcejeando con ella, caía tendido al suelo con los ojos en blanco, mientras los gritos de terror inundaban el vehículo. Uno de los dos delincuentes que permanecían en la parte delantera, desconcertado intentó abalanzarse sobre su compañero caído y solo tuvo tiempo para detenerse un instante al ver que la muchacha se ponía de pie, arma en mano, mientras retumbaba otro estallido y una bala le atravesaba el rostro haciéndolo caer de espaldas. Entre tanto, el conductor del autobús perdía el control del vehículo, subiéndolo a una acera y estrellándolo contra un poste de la luz, mientras el tercer delincuente se arrojaba como podía por la puerta de la entrada.
Una vez el tiroteo hubo cesado un momento y César reunió el valor suficiente para mirar de nuevo, pudo observar como con toda frialdad su ex-compañera de silla revisaba al delincuente que agonizaba a su lado y quejándose por algo que no debía haber sucedido todavía, se ponía de pie con el arma del sujeto en la mano y le disparaba indiscriminadamente, para luego dirigirse al otro y repetir la misma acción. Finalmente ante el terror de todos los pasajeros, la chica volvió a la silla donde permanecía tirada su mochila, la tomó, no sin antes lanzar una nueva mirada acusadora a César susurrando entre dientes la palabra "cobarde" para terminar mirando a su alrededor con desprecio, entre el caos de los que se querían bajar y los que continuaban muertos de pánico; para finalmente largarse del vehículo a toda carrera.
Siempre pasan cosas de robos con violencia en muchos lugares que son inseguros. Un buen relato. Un abrazo
ResponderBorrarSi, pasa muy a menudo. Gracias por pasar, un abrazo María.
BorrarMenudas historias. ¿Me pregunto si habrá más que enlacen con ellas?
ResponderBorrarMe tienes intrigada.
Un besillo.
La idea es continuar a partir de ahora y si, ya estoy maquinando cosas buajaja.
BorrarUn besazo para ti María.