Hoy no hay nada nuevo que contar, el sabor de la rutina y el cansancio es el mismo de siempre, las canciones de mis auriculares se repiten una y otra vez sin que les preste atención y camino sobre mis huellas de ida y vuelta a horas prefijadas una y otra vez. Las marcas en el techo de mi habitación las conozco de memoria y el silencio ensordecedor ya no me invita a fantasear con mundos fantásticos o realidades perdidas. Ya no encuentro gusto en la comida y la bebida resbala por mi garganta sin excitar mis papilas gustativas. Me he convertido en un ser vacío y carente de emociones, con una sonrisa tatuada en los labios por necesidad y la mirada perdida en el infinito por distracción. La soledad es mi compañera constante, aunque me encuentre rodeado de multitudes, más ya no es mi consejera, pues ya no hay decisiones importantes que tomar. Ahora soy un autómata al que la apatía lo consume, solo un robot, que habita en la monotonía, diseñado para hacer lo que el medio y sus habitantes esperan que haga.
Mayo de 2018.
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