Yo solo soy un tipo más de la sociedad, el hijo de una ama de casa incansable que enseñó con el ejemplo lo que es la abnegación y lo mucho que puede doler un hijo en el corazón; pero también soy el hijo de un policía, un hombre honesto y trabajador que siempre portó con orgullo e impecabilidad su uniforme y que hoy, como muchos otros, aunque no lo admita siempre se avergüenza y le causa asco ver en lo que se convirtió una institución a la que le entregó más de veinte años de carrera, sin tacha, la misma que en el ocaso de su vida laboral, le dio la espalda y lo condenó a un sueldo de miseria por el resto de su vida.
Soy solo el egresado de una
universidad pública, que lleva tatuado un escudo de cuatro colores en el corazón,
un lugar en el que no me enseñaron a ser persona, por gracias a Dios y a la
vida, ya me lo habían enseñado desde casa; que, sin embargo, me abrió los ojos
al mundo de la mano de mentes brillantes, genios formados alrededor del mundo y
algunas de las mejores personas que he conocido en mi vida, a los que hoy sin
temor a equivocarme sigo llamando amigos.
Solamente soy un hermano, de
tres jóvenes que luchan día a día por sobrevivir y hacerse camino en un país
que muchas veces niega las oportunidades. Hoy hablo como amigo, lazo extraño
que me une a personas que a pesar de que no llevan mi sangre, los amo como a
mis hermanos. Hoy hablo como esposo de una mujer que al igual que mi madre hizo
conmigo, da lo mejor de si misma todos los días para que el fruto de su vientre
conozca un mundo mejor que aquel en el que nos tocó vivir a nosotros.
Hoy solo soy el padre de una
criatura hermosa que me roba las sonrisas cada mañana con sus ocurrencias, pero
que logra que por las noches sea difícil conciliar el sueño al pensar en el
futuro que le voy a heredar. No soy más que el trabajador de una empresa que
todos los días espera que la crisis pase, para poder seguir teniendo una fuente
de recursos que me permita traer alimento a mi hogar.
Es imposible negar que todo lo
que ocurre me afecta, porque como ciudadano del común, tengo la cabeza en tres
o cuatro lugares a la vez. Uno en la protesta que se vive, donde muy a mí
manera y en la medida de mis posibilidades he tenido alguna participación como
ciudadano inconforme, pero más aún como espectador que espera todos los días
que miles de jóvenes regresen a casa sanos, salvos y triunfantes una vez
termine esta cinta de horror. Mi segunda posición está en mi trabajo, donde
desde la pantalla de un computador, debo disfrazarme todos los días de
ingeniero para cumplir con mi deber, porque “Hay muchas cosas por hacer”. Mi
tercer frente está puesto en la economía de mi hogar, porque como padre y como
esposo también debo planear cosas tan triviales como la obtención de víveres el
próximo fin de semana o la terrible ansiedad de tener que lidiar con una
pandemia que todos los días cobra miles de vidas y por último, está la
necesidad de seguir siendo fuerte y esbozar una sonrisa que permita que los míos
tengan tranquilidad para continuar luchando.
Todo esto me lleva a
preguntarme, usted amigo policía, amigo militar ¿Qué siente cuándo debe pagar
sus impuestos? ¿Qué siente cuándo debe hacer mil trámites para que a su hijo lo
atiendan en el médico a pesar de tener un “servicio exclusivo”? ¿Qué siente
cuando tiene que comprar combustible para ese vehículo del que se enorgullece
tanto? ¿Qué siente cuando recuerda que sus padres sus hermanos, su pareja y más
adelante seguramente sus hijos tendrán que trabajar hasta la ancianidad por un
salario mínimo? ¿Qué siente con las miradas mezcladas de odio, desconfianza y
temor con que lo mira el resto de la sociedad? ¿Qué siente al llegar a casa con
las manos manchadas de sangre de jóvenes cuya única arma era un cartel, una
piedra o una lata de pintura? ¿Qué siente con todos esos secretos que lleva
guardados, que le corroen la consciencia pero que nunca se atreverá a contar
porque durante un año y medio le metieron en la cabeza mediante humillaciones
una innecesaria lealtad a individuos que sin remordimientos lo enviarán a morir
a las calles y a la selva? ¿Qué siente usted cuando lo alejan de su hogar, su
familia y lo obligan a dormir tirado en el suelo frío o sobre cuatro tablas
para al día siguiente salir a luchar contra el mismo pueblo que paga los
impuestos que a usted le dan de comer? ¿Usted puede abrazar a sus hijos con la
misma facilidad que yo a la mía? ¿Puede usted mirar a los ojos a su pareja o a
sus padres cuando al final del día le preguntan cómo le fue?, yo espero que si
y espero de corazón que las decisiones que tome en la calle valgan la pena y no
sean solo para beneficiar a un magnate que está apoltronado en una finca dando
órdenes de muerte y que finge defenderlo en redes público, mientras lleva décadas
buscando la forma de que usted, yo y todos aquellos que están en las calles
tangan todos los días menos posibilidades de salir adelante. Espero que sobre sus
manos no pese la maldición del soldado que apunta las armas contra su propio
pueblo.
Algo es muy claro, la vida de
ese negro que grita de hambre en el Pacífico vale más que cualquier container
lleno de partes eléctricas o piezas de vehículos que se tarde en llegar a su
destino. La vida de ese indígena o ese campesino que trata de sobrevivir cada
día es más valiosa que todas las hectáreas de coca que hay sembradas en esta
enorme finca llamada Colombia. Las esperanzas de ese obrero que debe sobrevivir
ahogado en deudas son más valiosas que las oscuras maquinaciones de cualquier banquero,
la seguridad de ese estudiante lanzado a las calles vale más que cualquier
vidrio roto y los sueños de ese artista que fue asesinado hace unas semanas
eran mejores para usted y para mí que los sucios planes de un hombre decrépito
que tiene las manos manchadas de sangre. Porque las paredes de cemento, las
ventanas de cristal y las puertas de metal se pueden volver a construir, pero
la vida es tan efímera como lo es de eterna en el recuerdo de una madre que
llora con el alma partida en dos al ver que le entregan a su hijo envuelto en un
plástico negro.
Y si, ya sé que no todo es su
culpa, porque el vandalismo existe, yo sé de esas jornadas de ocho doce horas
por doce horas en las que su único momento de descanso es un duro catre lejos
de su familia, yo sé que todos los días lo lanzan a las calles mal alimentado y
con sueño para incrementar su rabia, sin importar si llueve o el sol le quema
en las espaldas, yo sé de los insultos que tiene que soportar, sé del desprecio
al que se ve sometido por aquellos a los que un día juró defender, sé de su
frustración y su impotencia al ver en la calle al delincuente que capturó ayer,
sé de todas las humillaciones que tuvo que soportar mientras estuvo en la
escuela militar, sé del temor que siente al ver una turba embravecida que le
reclama por decisiones que usted no tomó; pero piense que muchos de los que
están en esa turba, son como usted o como yo.
No se confunda señor policía o
señor militar, yo a usted le deseo lo mejor porque al igual que sus padres, sus
hijos, sus hermanos su pareja, yo también sé lo que es esperar todas las noches
con el miedo de que al día siguiente tener que recibir al ser querido que yace
en una caja de madera con una impecable bandera encima. Solo espero que hoy,
mañana y el día después, antes de salir a la calle, mientras se amarra las
botas, recuerde estas palabras.
13 de mayo de 2021
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