jueves, 13 de mayo de 2021

Carta abierta a la fuerza pública

Yo solo soy un tipo más de la sociedad, el hijo de una ama de casa incansable que enseñó con el ejemplo lo que es la abnegación y lo mucho que puede doler un hijo en el corazón; pero también soy el hijo de un policía, un hombre honesto y trabajador que siempre portó con orgullo e impecabilidad su uniforme y que hoy, como muchos otros, aunque no lo admita siempre se avergüenza y le causa asco ver en lo que se convirtió una institución a la que le entregó más de veinte años de carrera, sin tacha, la misma que en el ocaso de su vida laboral, le dio la espalda y lo condenó a un sueldo de miseria por el resto de su vida.

Soy solo el egresado de una universidad pública, que lleva tatuado un escudo de cuatro colores en el corazón, un lugar en el que no me enseñaron a ser persona, por gracias a Dios y a la vida, ya me lo habían enseñado desde casa; que, sin embargo, me abrió los ojos al mundo de la mano de mentes brillantes, genios formados alrededor del mundo y algunas de las mejores personas que he conocido en mi vida, a los que hoy sin temor a equivocarme sigo llamando amigos.

Solamente soy un hermano, de tres jóvenes que luchan día a día por sobrevivir y hacerse camino en un país que muchas veces niega las oportunidades. Hoy hablo como amigo, lazo extraño que me une a personas que a pesar de que no llevan mi sangre, los amo como a mis hermanos. Hoy hablo como esposo de una mujer que al igual que mi madre hizo conmigo, da lo mejor de si misma todos los días para que el fruto de su vientre conozca un mundo mejor que aquel en el que nos tocó vivir a nosotros.

Hoy solo soy el padre de una criatura hermosa que me roba las sonrisas cada mañana con sus ocurrencias, pero que logra que por las noches sea difícil conciliar el sueño al pensar en el futuro que le voy a heredar. No soy más que el trabajador de una empresa que todos los días espera que la crisis pase, para poder seguir teniendo una fuente de recursos que me permita traer alimento a mi hogar.

Es imposible negar que todo lo que ocurre me afecta, porque como ciudadano del común, tengo la cabeza en tres o cuatro lugares a la vez. Uno en la protesta que se vive, donde muy a mí manera y en la medida de mis posibilidades he tenido alguna participación como ciudadano inconforme, pero más aún como espectador que espera todos los días que miles de jóvenes regresen a casa sanos, salvos y triunfantes una vez termine esta cinta de horror. Mi segunda posición está en mi trabajo, donde desde la pantalla de un computador, debo disfrazarme todos los días de ingeniero para cumplir con mi deber, porque “Hay muchas cosas por hacer”. Mi tercer frente está puesto en la economía de mi hogar, porque como padre y como esposo también debo planear cosas tan triviales como la obtención de víveres el próximo fin de semana o la terrible ansiedad de tener que lidiar con una pandemia que todos los días cobra miles de vidas y por último, está la necesidad de seguir siendo fuerte y esbozar una sonrisa que permita que los míos tengan tranquilidad para continuar luchando.

Todo esto me lleva a preguntarme, usted amigo policía, amigo militar ¿Qué siente cuándo debe pagar sus impuestos? ¿Qué siente cuándo debe hacer mil trámites para que a su hijo lo atiendan en el médico a pesar de tener un “servicio exclusivo”? ¿Qué siente cuando tiene que comprar combustible para ese vehículo del que se enorgullece tanto? ¿Qué siente cuando recuerda que sus padres sus hermanos, su pareja y más adelante seguramente sus hijos tendrán que trabajar hasta la ancianidad por un salario mínimo? ¿Qué siente con las miradas mezcladas de odio, desconfianza y temor con que lo mira el resto de la sociedad? ¿Qué siente al llegar a casa con las manos manchadas de sangre de jóvenes cuya única arma era un cartel, una piedra o una lata de pintura? ¿Qué siente con todos esos secretos que lleva guardados, que le corroen la consciencia pero que nunca se atreverá a contar porque durante un año y medio le metieron en la cabeza mediante humillaciones una innecesaria lealtad a individuos que sin remordimientos lo enviarán a morir a las calles y a la selva? ¿Qué siente usted cuando lo alejan de su hogar, su familia y lo obligan a dormir tirado en el suelo frío o sobre cuatro tablas para al día siguiente salir a luchar contra el mismo pueblo que paga los impuestos que a usted le dan de comer? ¿Usted puede abrazar a sus hijos con la misma facilidad que yo a la mía? ¿Puede usted mirar a los ojos a su pareja o a sus padres cuando al final del día le preguntan cómo le fue?, yo espero que si y espero de corazón que las decisiones que tome en la calle valgan la pena y no sean solo para beneficiar a un magnate que está apoltronado en una finca dando órdenes de muerte y que finge defenderlo en redes público, mientras lleva décadas buscando la forma de que usted, yo y todos aquellos que están en las calles tangan todos los días menos posibilidades de salir adelante. Espero que sobre sus manos no pese la maldición del soldado que apunta las armas contra su propio pueblo.

Algo es muy claro, la vida de ese negro que grita de hambre en el Pacífico vale más que cualquier container lleno de partes eléctricas o piezas de vehículos que se tarde en llegar a su destino. La vida de ese indígena o ese campesino que trata de sobrevivir cada día es más valiosa que todas las hectáreas de coca que hay sembradas en esta enorme finca llamada Colombia. Las esperanzas de ese obrero que debe sobrevivir ahogado en deudas son más valiosas que las oscuras maquinaciones de cualquier banquero, la seguridad de ese estudiante lanzado a las calles vale más que cualquier vidrio roto y los sueños de ese artista que fue asesinado hace unas semanas eran mejores para usted y para mí que los sucios planes de un hombre decrépito que tiene las manos manchadas de sangre. Porque las paredes de cemento, las ventanas de cristal y las puertas de metal se pueden volver a construir, pero la vida es tan efímera como lo es de eterna en el recuerdo de una madre que llora con el alma partida en dos al ver que le entregan a su hijo envuelto en un plástico negro.

Y si, ya sé que no todo es su culpa, porque el vandalismo existe, yo sé de esas jornadas de ocho doce horas por doce horas en las que su único momento de descanso es un duro catre lejos de su familia, yo sé que todos los días lo lanzan a las calles mal alimentado y con sueño para incrementar su rabia, sin importar si llueve o el sol le quema en las espaldas, yo sé de los insultos que tiene que soportar, sé del desprecio al que se ve sometido por aquellos a los que un día juró defender, sé de su frustración y su impotencia al ver en la calle al delincuente que capturó ayer, sé de todas las humillaciones que tuvo que soportar mientras estuvo en la escuela militar, sé del temor que siente al ver una turba embravecida que le reclama por decisiones que usted no tomó; pero piense que muchos de los que están en esa turba, son como usted o como yo.

No se confunda señor policía o señor militar, yo a usted le deseo lo mejor porque al igual que sus padres, sus hijos, sus hermanos su pareja, yo también sé lo que es esperar todas las noches con el miedo de que al día siguiente tener que recibir al ser querido que yace en una caja de madera con una impecable bandera encima. Solo espero que hoy, mañana y el día después, antes de salir a la calle, mientras se amarra las botas, recuerde estas palabras.

13 de mayo de 2021



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