lunes, 9 de abril de 2018

El regreso del músico de Hamelin


Hamelin era el sitio perfecto para salir a escuchar buena música, tomar cervezas hasta que el mundo diera vueltas, reír un rato y comer hasta hartarse; por lo que, entre su clientela era muy común encontrar amigos que llegaban en grandes grupos bulliciosos después de clases o una tediosa jornada de oficina, parejas de enamorados que buscaban los rincones más oscuros para no ser molestados y unos cuantos solitarios que se sentaban en la barra silenciosos.

Durante muchos años, Hamelin, contó con una gran popularidad en el mundillo rockero caleño gracias a sus toques de música en vivo y las deliciosas pizzas que los clientes consumían una tras otra sin parar. Sin embargo, el que otrora había sido uno de los bares más importantes de su tipo en las noches de la ciudad, estaba cayendo poco a poco en el olvido y con el paso del tiempo aparecía vacío en comparación con los nuevos establecimientos que se ubicaban por toda la calle quinta entre la Biblioteca departamental y el Estadio Pascual Guerrero.

Cuentan los meseros que trabajaban en el bar en ese entonces, que el propietario de Hamelin se había endeudado hasta el cuello en el afán de sacar el negocio adelante, había ofrecido promociones, invitado a nuevas bandas para presentarse en las noches, había remodelado el lugar una y otra vez y añadido numerosas recetas de pizzas y nuevas cervezas extranjeras a la carta con la intención de atraer a nuevos clientes; pero las soluciones que parecían mejorar la situación temporalmente, con el pasar de las semanas resultaban ineficientes y Hamelin volvía a quedar tan o más solo que antes.

Fue una noche de viernes de inicios de julio, de esas noches en las que los truenos en el cielo amenazan con lluvia; que llegó un tipo con un estuche de guitarra colgado a la espalda para sentarse en la solitaria barra de Hamelin. Después de un par de tragos y hacer preguntas a uno de los meseros, se informó de la situación del bar. El tipo pidió otro trago y hablar con el dueño; según él, conocía la solución.

Dicen quienes estuvieron presentes, que aquel sujeto tenía un carisma impresionante a pesar su apariencia taciturna; pues aunque hablaba poco y en un tono suave y pausado; transmitía una confianza increíble, convenciendo a todos, de aquello que decía con tanta confianza. Se trataba pues de un sujeto flaco y alto que iba de aquí para allá con su chaqueta de cuero negro, su cabello suelto y el estuche de la guitarra colgando de la espalda.

Esa noche, sentados solos en una mesa, el hombre de la guitarra y el dueño del bar hablaron por largo rato. Al final, aunque parecía poco convencido de algo, el propietario afirmó la mano del jóven en un apretón que parecía confirmar un trato. De inmediato, el hombre se sentó en mitad del escenario en una butaca de madera, solo con su guitarra en el regazo, dispuesto a tocar y en seguida algo extraño empezó a ocurrir.

Primero entraron cinco jóvenes para resguardarse del aguacero que llevaba horas amenazando. Los muchachos pidieron cerveza y pizza mexicana mientras quedaban embelesados con los acordes del solitario músico sentado en mitad del escenario. Minutos más tarde, los truenos afuera habían cesado por completo y un numeroso grupo de chicas hacía presencia en Hamelin, quedando igualmente hipnotizadas por la magnífica forma de tocar de aquel sujeto. Una hora después, los  meseros que antes bostezaban somnolientos, no daban abasto para la cantidad de clientes que pedía licor y comida de todos los rincones del bar; a tal punto que el mismo dueño, en mangas de camisa corría de aquí para allá intentando ayudar, mientras el músico no paraba de hacer sonar su guitarra entre complicados gestos y poses de manos.

Justo a las tres de la mañana, cuando Hamelin ya iba a cerrar, el músico tomó el micrófono para dar un simple "gracias" a los clientes que aún no abandonaban el sitio, se despidió prometiendo volver esa misma noche y salió sin decir nada más. El dueño se veía entusiasmado, mientras los meseros que contaban cuantiosas propinas, reían y bromeaban unos con otros.

Aquella misma noche, a las veinte horas en punto, el guitarrista solitario entró en Hamelin con el estuche de su instrumento colgado al hombro. Después de un rápido saludo, se instaló en su butaca en mitad del escenario y empezó de nuevo a tocar. Los meseros incrédulos de lo que estaba pasando, vieron como la escena de la noche anterior se repetía nuevamente sin explicación alguna. Los siguientes fines de semana, la historia se repitió una  y otra vez, de tal forma que Hamelin retomó su fama como uno de los sitios preferidos por los rockeros de la noche caleña, algunos llegaron a mencionar que Hamelin era incluso más popular que en sus mejores épocas, con mesas instaladas en la acera y el doble de personal laborando.

Sin embargo, un desafortunado desacuerdo entre el guitarrista y el propietario de Hamelin estalló una noche. El dueño del bar, rojo de ira como no lo habían visto antes, despidió al músico negándose a pagarle lo que este último argumentaba le correspondía. El músico, sin alterarse, se limitó a encogerse de hombros y a despedirse con una venía mientras sonreía malicioso. A la noche siguiente, mientras los clientes preguntaban insistentemente por el guitarrista que los deleitaba con sus espectaculares solos, un poderoso riff se coló por todo el bar; de repente, la música de los parlantes se detuvo de forma inexplicable mientras el DJ desesperado trataba de solucionar el problema, entre los gritos y abucheos de los clientes. Al parecer, el sonido de guitarras venía de uno de los bares vecinos más cercanos a Hamelin. Uno a uno, inicialmente poco a poco y al final de forma simultánea, todos los asistentes de esa noche, abandonaron Hamelin para irse al bar vecino, algunos sin pagar sus cuentas, entre las discusiones y altercados con los meseros y el propietario del bar.

No pasó mucho tiempo desde esa noche, para que Hamelin cerrara sus puertas definitivamente al público. El guitarrista solitario, solo tocó un par de noches más en el bar vecino y jamás se lo volvió a ver deambulando por las calles de Cali; sin embargo, esta es una historia que entre aquellos que aún frecuentan los bares de rock de la ciudad, se cuenta de vez en cuando como una extraña curiosidad.

Abril de 2018.

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