domingo, 16 de agosto de 2015

Miércoles 18 de agosto de 2010, en la noche

Miércoles 18 de agosto de 2010, en la noche

Este es tal vez uno de los días más extraños, de una serie de días extraños que parece que no acabará jamás. En la tarde, justo después de que cerrara mi diario, ha sonado mi teléfono, al contestar he escuchado la voz de la última persona a la que esperaba escuchar hoy. Era Laura, la sobrina del padre Samuel, la que sin darme mayor explicación me ha dicho que necesitaba un favor muy importante de parte mía y que se dirigía de inmediato para mi apartamento. Salí a la puerta para esperar su llegada y noté de inmediato que el espejo no estaba, lo que me hizo sentir un alivio pasajero; aunque aún me intrigaba su paradero. No pasaron más de cinco minutos hasta la llegada de Laura; le pregunté qué le pasaba y ella se limitó a responder que tenía algo que decirme, que si podía por favor pasar adentro. No sin dudarlo por un instante la invité a seguir y después de ofrecerle una silla y un vaso de agua le he pedí que me contara que le sucedía, temiendo de que le hubiera pasado algo al padre Samuel. A lo que ella se limitó a responder:

– Padre, necesito confesarme.

La petición de la muchacha no dejó de sorprenderme y de inmediato empecé a preguntar:

– ¿Confesarte? ¿Por qué?, ¿Acaso has hecho algo?
– ¿Qué, acaso tiene algo de malo?
– No pero… Me sorprende que hayas venido hasta aquí solo por…
– ¿Solo por eso? ¿Es que acaso una confesión no es algo muy importante?
– Si, lo es. Pero, ¿Por qué me has buscado a mí? ¿Y por qué con tanta impaciencia?
– Porque lo necesito, además usted es un sacerdote de Dios y no puede negarme ese sacramento.
– Si, tu tío es un sacerdote también, ¿Por qué no lo buscas a él?
– Porque hoy no me puede atender.
– ¿Y acaso es tan grave tu pecado que no podías esperar hasta mañana?
– Tal vez… Además él es mi tío, es parte de mi familia, lo que le voy a contar, prefiero contárselo a alguien que no tenga ningún lazo conmigo pero que sea de mi entera confianza y mi tío mismo me ha hablado muy bien de su persona; así que si el confía en usted, yo también. Además, no puedo evitar creer que él se va a sentir decepcionado de mí.
– Solo déjame hacerte una pregunta más.
– Diga usted padre.
– No creo que le hayas pedido mi teléfono y mi dirección a tu tío, ¿Quién te los dio?
– Fue Raúl.
– ¿Y él sabe lo que tienes que decirme?
– Apenas lo suficiente.
– Ese muchacho parece muy interesado en ti.
– Sí, es cierto, al igual que muchos más; pero, para mí no es más que un niño.
– Solo te pido que no le vayas a hacer daño ni a jugar con él, ya que no se lo merece, es un tanto ingenuo y excesivamente diligente, pero es una buena persona.
– Eso es algo que no puedo garantizar padre, ya que no puedo evitar dañar a todo el que se me acerca con o sin intención.

La muchacha prosiguió de inmediato con su confesión, la cual no escribiré en estas líneas ya que como sacerdote mi deber me lo impide y no puedo evitar tener ese sentimiento de que este diario alguna vez será leído por alguien. Lo que no puedo ocultar es que la confesión de la muchacha me impactó bastante, pero lo peor, ha sido su actitud, ya que no ha derramado una sola lagrima, no ha dudó, no titubeó ni un segundo para decirme lo que me estaba diciendo; a pesar de la gravedad de su situación. Al final, después de asignarle su penitencia, de aconsejarla y antes de marcharse se ha limitó a preguntarme.

– Padre, no he podido evitar notar su preocupación, cuando llegué ¿Le pasa algo acaso?
– No. No es nada, es solo que pensé que pudiera haberle sucedido algo a tu tío –Dije yo esquivando su mirada–
– Ah, no, no se preocupe, él está bien; ¿Sabe? Algo extraño me sucedió al venir hacía acá, algo como una premonición…
– ¿Una premonición?
– Si es algo sin importancia, no tiene nada que ver con lo que le he contado, pero al salir de casa, antes de llamarlo me topé con un sujeto… un sujeto con un espejo en la calle y…
– ¿Un espejo?
– Si. Un espejo, al tipo no lo detalle bien; pero, es extraño, porque al pasar frente al espejo pude ver mi imagen reflejada en él y la sensación que sentí fue bastante extraña y desagradable.
– ¿Qué sensación te causo? –Pregunté yo intrigado–
– Como le digo no es nada importante, de hecho fue sólo un instante, pero… Jamás me había sentido tan identificada con mi reflejo, al mismo tiempo que sentía mucho asco y lástima por la chica al otro lado del espejo. Tal vez sea que ese es el sentimiento que genero entre las demás personas y tal vez me lo merezca –Afirmó ella sonriendo con amargura– Pero no me siento a gusto con eso. Igual no puedo hacer nada para remediarlo ¿No? Adiós padre Muchas gracias por todo. –Dijo finalmente, poniéndose de pie–
– Adiós Laura, que el señor te bendiga.

No fui capaz de decirle nada más, ni siquiera de darle consuelo, tal vez porque yo mismo no puedo evitar juzgarla a pesar de mi posición como sacerdote, tal vez porque ni siquiera yo estoy seguro de lo que siento por mí mismo o tal vez porque como el Diablo me dijo; los seres humanos somos egoístas y no puedo dejar de pensar en mi propio dilema. Hace media hora salí a la calle solo para comprobar que el espejo maldito se encontraba de nuevo ahí como ya lo temía, razón por la cual, después de mucho esfuerzo, lo he vuelto a entrar y a poner en su lugar original junto a la ventana. Ahora me encuentro sentado en mi cama esperando de nuevo la visita del demonio.




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