sábado, 15 de agosto de 2015

Miércoles 18 de agosto de 2010

Miércoles 18 de agosto de 2010

Esta mañana me levanté temprano nuevamente. Estaba revisando mis papeles y leyendo la biblia, cuando escuché un fuerte impacto en la calle. Me asomé por la ventana para ver a un hombre que bajaba de un auto rojo casi que de último modelo con el parachoques, el capó todos dañados y el parabrisas vuelto añicos; frente al carro una motocicleta con la parte delantera destruida y sobre el capó del mismo el conductor de la moto que había chocado contra el parabrisas con su casco e intentaba bajarse medio borracho por el golpe.

Salí de inmediato a la calle amarrándome mi bata de baño. Cuando abrí la puerta lo primero que vi fue el enorme espejo junto a ella y junto a este, sentado un hombre negro como el azabache, con un gorro tejido de hilo de franjas negras, amarillas, verdes y rojas. Unas enmarañadas trenzas que le llegaban casi hasta el pecho le salían del gorro abultado, llevaba una espesa y desordenada barba, una ancha camiseta verde de cuello rojo con la foto de un famoso cantante de música caribeña pintada en el pecho, un pantalón corto blanco que apenas si le alcanzaba a cubrir las rodillas, una delgada manilla de hilo en el tobillo izquierdo y los zapatos deslustrados y sin medias. El hombre al verme salir me saludó con un “Buen día, sacerdote” haciendo una enorme y exagerada sonrisa que dejaba ver el incisivo superior izquierdo de oro. No le respondí y me dirigí de inmediato hacia los dos tipos del accidente.

El conductor del automóvil sacó de la parte de atrás de la pretina de su pantalón un pistolón que me erizó los pelos y le apuntó al hombre de la moto que seguía todavía aturdido mientras le preguntaba con una sarta de groserías, ¿Que quería? o si acaso eso era un atraco a lo que el otro simplemente respondía: 

– Tranquilo, cálmese por favor –Retrocediendo dos pasos y levantando los brazos–

Yo me puse en el medio de los dos estirando mi brazo izquierdo hacia el hombre del pistolón y abriendo completamente la mano mientras con la otra me sostenía la bata de baño que no me había acabado de amarrar bien, diciéndole:

– Cálmese hombre. Esto no ha sido nada más que un accidente, no hay porque alterarse.
– Quítate de ahí, sapo que el problema no es con vos –Respondió el patán visiblemente ebrio, además de una cantidad de groserías que ya no recuerdo–
Cuando de no sé dónde se acercó el negro, que le echó mano al arma por el cañón con la mano izquierda mientras lo dirigía hacia el cielo con un mínimo esfuerzo y decía:
– Ya te dijo el padrecito que te calmaras –mientras sonreía de nuevo para dejar ver el brillante diente de oro–

El hombre conductor del automóvil intentó poner resistencia por un momento a que le quitaran el arma pero fue inútil, como si fuera un niño pequeño forcejeando con un físico–culturista. A lo que el sonriente negro repitió:

– Que te calmes, te dije.

Mientras el hombre del arma caía desvanecido, inconsciente al suelo, blanqueando los ojos y soltando el arma con la que nos había apuntado. El hombre de la motocicleta se acercó de nuevo para decir:

– Muchas gracias, ese tipo parece poseído por el mismísimo patas 
– Claro, ¡todo yo! –Farfulló el negro–
– ¿Cómo dijo? –Preguntó el motociclista–.
– No, de nada –Respondió el negro– 
– Si ustedes no me ayudan ¡Me mata! Además de que iba en sentido contrario el muy hijo de puta.
– Aquí tiene –Dijo el negro ignorándolo, mientras le entregaba el arma al pobre hombre–

El hombre la recibió confundido casi sin saber qué hacer con ella y luego hizo un comentario que no dejó de parecerme molesto:

– Que raro, huele como a flores; a flores y algo más, es como…
– Si. ¡Es como sangre! –Interrumpí tajantemente–

En tanto llegaba la policía a aclarar todo el incidente me acerqué al demonio y le pregunté:

– ¿Qué quieres, por qué me persigues?
– Al menos agradéceme primero que te acabo de librar del loco del revólver –Respondió con su sardónica sonrisa– ¿Ni siquiera te interesa saber que aquel tipo se va a recuperar sin contratiempos?
– Esta bien, ¿Pero qué haces aquí?
– ¿Ves? Te dije que no te podías deshacer de él tan fácilmente. –Me dijo señalando el espejo–
– Claro que no y menos si te pasas el día ahí sentado y con esa facha, la gente lo ve y seguro piensa que es tuyo.
– No están tan errados después de todo, –Me dijo mientras sonreía maliciosamente– Solo quería decirte que esta noche me vas a ver por última vez.
– ¿Esta noche? ¿De qué hablas?
– Hablamos luego –Dijo–

Luego se marchó campante silbando por la calle con las manos en los bolsillos, mientras yo me quedaba ahí en bata de baño en la mitad de la calle observándolo alejarse.




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