jueves, 13 de agosto de 2015

Martes 17 de agosto de 2010

Martes 17 de agosto de 2010

Hoy me levanté temprano y lo primero que hice después de bañarme, vestirme y tomar un buen desayuno (ya que tenía un hambre terrible) fue sacar el diabólico espejo mi apartamento, lo puse en la calle junto a la entrada de la casa para que alguien se lo lleve de ahí, labor que cumplí no sin un esfuerzo más que agotador, es cierto, aunque no tengo muy buena forma sigo preguntándome ¿Cómo ese par de miserables podían moverlo como si este estuviera hecho de papel? Estuve pensando también que todo lo ocurrido no ha sido más que el producto de mi imaginación trastornada y he llamado a la empresa de correos nuevamente, aunque la respuesta ha sido la misma. Aunque sigo firme en que todo lo ocurrido está solo en mi cabeza, quise deshacerme del espejo que me atormenta tanto. Fui a almorzar al lugar donde suelo hacerlo normalmente y en la tarde me dirigí a la parroquia local para hablar de nuevo con el padre Samuel; nuestra conversación transcurrió de la siguiente forma después de los saludos de rigor:

– Padre Samuel necesito contarle algo, es muy grave.
– ¿Qué pasa? Me preocupas, cuéntame Sebastián.

De inmediato le conté toda la larga historia de lo que me ha sucedido y de mis sensaciones en el momento de vivirla, historia que el padre Samuel escuchó atentamente sin quitarme los ojos de encima y dándose bendiciones de vez en cuando. Después de un largo silencio me ha dicho mirando al suelo como quien busca las palabras correctas para decir lo indecible:

– Por lo que sé, todo lo que me cuentas puede ser cierto…
– ¿Cómo? –Le pregunté sorprendido ante tal respuesta–
– Si, –Prosiguió él– sea una aparición demoniaca o solo el producto de tu imaginación, todo lo que narras puede ser “la realidad” como la llama tu demonio, o incluso puede ser una revelación divina. Hay cosas a las que ni siquiera nosotros les podemos dar una explicación. Solo te puedo aconsejar algo…
– ¿Qué es? –Pregunté con impaciencia–
– No debes dejar que la duda invada tu fe en el Señor y en nuestra iglesia y te recomiendo que te deshagas de ese espejo cuanto antes.
– En eso estoy padre… Pero he pensado incluso en visitar un hospital mental –Admití con lágrimas en los ojos– Tal vez un medicamento o una valoración profesional puedan ayudarme.
– No debes apresurar decisiones, ni dejarte llevar por la desesperación, también es cierto que en Haití viste cosas horribles, tú sabes que siempre puedes contar conmigo que voy a hacer todo lo posible para ayudarte.
– Padre Samuel, necesito un favor más –Le dije–
– Dime Sebastián, lo que necesites –Respondió él, con mucha amabilidad– 
Vacilé por un momento hacerle mi petición hasta que al fin proseguí:
– Necesito dejar todo listo para un exorcismo.
– No, no Sebastián ya te he dicho que no debes tomar decisiones apresuradas.
– Solo es una precaución… Es que estoy aterrado. Me asusta la idea de que vuelva a visitarme, me aterra solo pensar en volver a escuchar su carcajada maldita o de mirar sus ojos llenos de burla y de odio.
– Padre Sebastián debe usted calmarse –Dijo el con un tono más severo– Si quiere puede venir y pasar las noches aquí en la casa cural mientras encontramos una solución y en el caso de que eso sea necesario como última solución créame que yo mismo voy a investigar todo lo que sea necesario.

Mientras sosteníamos esta conversación bajo el enorme Cristo de la capilla un hombre de cabello castaño, suelto y largo, el ceño fruncido, aretitos en la ceja izquierda y el lado derecho del labio inferior, vestido con una camiseta negra de mangas largas que llevaba un letrero rojo en el frente, pulseras de taches metálicos en las muñecas, un pantalón jean de color negro desteñido, raído y unas botas de cuero estilo militar sin lustrar; entraba por la puerta principal y se dirigía hacia el altar.
– ¿Y este qué? preguntó el padre Samuel, mitad para mí mitad para sí mismo.
– No sé, –Respondí yo sin quitarle la mirada de encima al extraño hombre–
– ¿Acaso no es obra del Señor que incluso sujetos como este se acerquen a orar a la iglesia? –Preguntó el padre Samuel nuevamente mientras le sonaba el teléfono– ¿ves? No toda la humanidad está pérdida como lo dice tu demonio.
– Si claro, –Respondí yo entre dientes que reconocí al hombre que acababa de entrar, por el asqueroso olor a claveles y sangre–
– Es mi sobrina –Dijo el padre Samuel– ¿Me disculpa un momento?
– Adelante –Le dije mientras me ponía de pie para acercarme al hombre de negro–

El hombre me miró de reojo y se dirigió hacia el sagrario. Mientras pasaba frente al enorme cirio pascual que se encontraba apagado hizo un ademán con la mano, lo que generó en este una pequeña llama; luego se puso de rodillas mientras una anciana que se encontraba rezando de rodillas, lo miró de reojo, se echó una bendición, se paró y se fue. Yo me acerqué me puse de rodillas en el lugar de la anciana, al lado del hombre de estrafalaria facha y me eché una bendición manteniendo la mirada fija en el sagrario.

– Es muy intolerante la gente ¿No sacerdote? –Dijo el hombre a mi lado– La mujer que se acaba de marchar, no tiene razones ni autoridad para señalar a nadie, no tiene idea de quién soy, no me conoce, no tiene por qué temerme y sin embargo; corre despavorida como si supiese que se trata del Diablo mismo.
– ¿Qué haces aquí? –Le pregunté yo con sequedad–
– Un templo es un sitio público al que todos pueden entrar sin importar su condición ¿No? –Contestó él– Además no sé por qué ustedes los humanos viven pensando que yo no puedo entrar aquí, o que me pueden expulsar con cruces y maldiciones.
– Es lógico, simplemente porque tú eres el Diablo y este es un lugar sagrado, es la casa de Dios.
– Es solo un montón de piedra, recuerda que Él está en todas partes. Además, si yo no pudiera entrar aquí, a una simple construcción humana, tampoco podría pisar la tierra que es creación divina.
– Pero los humanos no queremos engendros como tú en los sitios que hemos dedicado especialmente para dirigirnos a nuestro Dios, expresarle tributo y nuestras oraciones.
– Entonces échame a patadas grita y expúlsame como lo hiciste la primer noche en tu casa, lo que acabará de probar públicamente la pérdida de tu cordura –Dijo el cínico demonio que se sonreía mientras me miraba de reojo–
– ¿Qué quieres aquí? –Le pregunté suspirando–
– ¿Por qué sacaste el espejo a la calle?
– Para deshacerme de él.
– ¿Cómo?
– Alguien pasará y se lo llevará.
– ¿Seguro?
– Tu no pareces el Diablo, ¿Es que acaso no sabes que en esta ciudad se roban hasta un hueco?
– Ja,  que gracioso, tienes razón, pero ese no es el método para deshacerse de él –Me dijo– regresarás esta noche a tu casa y lo encontrarás en el mismo sitio que lo dejaste, tal vez aún tengas que aprender un par de cosas más.

El demonio después de decir esto se paró se despidió con una seña de mano y se fue. Cuando regresé con el padre Samuel me preguntó:

– ¿Y ese que quería?
– Solo orar –Le respondí entre dientes–

Luego me despedí y él añadió:

– ¿Dónde vas a pasar la noche entonces?
– En mi casa, pero si pasa algo más, no dudaré en aceptar su propuesta.
– Entonces cuídate.
– Así lo haré.

Me dirigí de inmediato hasta mi casa solo para comprobar que tal y como me lo había dicho el demonio, el espejo permanecía justo en el lugar en el que lo había dejado en la mañana. Esto último no me ha sorprendido, pero por ahora no quiero pensar más en eso, solo quiero descansar.




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