viernes, 2 de octubre de 2015

Deuda de Sangre

Sintió como lo obligaban a sentarse en un taburete mientras le quitaban el saco que cubría sus ojos. Lo primero que vio fue el rostro sonriente del viejo Ramón que le daba la bienvenida con una Colt apuntándole a la frente y dos de sus secuaces armados con escopetas.

- Bienvenido hijo, -Decía el viejo Ramón mientras se limpiaba el bigote con el dorso de la mano- es un placer tenerte por aquí.

Los ojos de Mario apenas se acostumbraban a la escasa luz del recinto. Entre él y sus verdugos había una mesa de madera, tenía aún los pies atados y una bombilla de luz amarilla que se mecía sobre su cabeza.

- Me debes dinero muchacho y nunca dejo una deuda sin saldar, ¡Traigan al otro!

Al decir esto, otros dos matones entraron llevando en volandas a otro hombre también con una capucha sobre la cabeza y que parecía haber sido golpeado de la misma forma que Mario o quizás peor. Mario intentó no dejarse perturbar, pero sus piernas y su mandíbula lo traicionaban; no sabía lo que iba a pasar pero sabía que no era nada bueno y que sus posibilidades de salir con vida de aquel sitio eran mínimas.

- A ver chicos –Dijo el viejo mientras le quitaba la capucha al otro hombre al que habían sentado justo frente a Mario- Aquí tenemos un pequeño problema, ambos me deben dinero y ambos se niegan a pagarme. Después de unas pequeñas pesquisas mis muchachos han recuperado parte de lo que me pertenece, como ya saben, yo soy un hombre muy justo y hoy me han tomado de muy buen humor. El problema radica en que lo que mis muchachos encontraron sólo alcanza para cubrir la deuda de uno de los dos.
- Por favor no me haga nada don Ramón –Empezó a suplicar en lágrimas el hombre sentado frente a Mario-, no me mate se lo suplico, le prometo pagarle hasta el último centavo, pero se lo suplico no me haga nada.
- ¡Silencio! –Gritó el viejo antes de que uno de sus secuaces callara de una patada al pobre hombre que lloraba como un niño- Como les decía, yo soy un hombre de buen corazón y ya que si sumamos lo encontrado en los nidos de rata en los que cada uno de ustedes vive, alcanza para pagar una de las deudas, pues yo le voy a dar una última oportunidad a uno de ustedes.

En el viejo se dibujó una perversa sonrisa que le heló la sangre a Mario ya que sabía que su verdugo traía algo macabro entre manos, mientras el hombre sentado frente a él no paraba de gimotear.

- Uhmmm… sería muy injusto que yo tomara una decisión de forma arbitraria ¿no es cierto muchachos? –Le preguntó el viejo a sus secuaces que respondieron afirmativamente entre carcajadas- claro, ya me lo temía –Añadió- es por eso que no voy a ser yo quien tome la última decisión sobre lo que va a pasar con ustedes, vamos a dejar que el azar decida.

En seguida el viejo tomó el revólver y le abrió el tambor, sacó todas las balas, separó una, la puso de vuelta en el tambor haciéndolo girar, cerrando el arma nuevamente y poniéndola en la mitad de la mesa.

- Aquí tienen chicos –Dijo el viejo mirándolos alternadamente- Este es su pasaporte al indulto. Vamos a jugar un muy divertido juego que se llama “Ruleta Rusa”, tú –Dijo halando el cabello del hombre sentado frente a Mario y poniéndole un dedo en la sien- vas a tomar el revólver lo vas a poner aquí y vas a halar del gatillo. Si lo haces y no pasa nada, simplemente lo dejas en la mesa y esperas a que este otro infeliz haga lo mismo –Dijo señalando a Mario- si te vuelas los sesos y manchas mi despacho, bueno, pues aquí nuestro amigo quedará libre y si ambos quedan vivos después de la primera ronda, pues muy sencillo jugamos una segunda y así hasta que haya un ganador. ¿Les parece? ¿qué opinan ustedes, no les parece justo? –Preguntó dirigiéndose a sus secuaces que respondieron un unísono sí entre risas-

Mario sabía que ambos estaban perdidos, el juego era sólo para divertir a aquella banda de delincuentes, el que quedara vivo al final sería asesinado también sin remedio. Trató de pensar en algo rápidamente pero sabía que estaba condenado hasta que una idea fugaz asaltó su mente por un segundo por lo que se atrevió a decir:

- Está bien señor, jugaremos. Pero necesito que usted cumpla con su palabra, al final uno de los dos quedará libre y podrá marcharse en paz.
- ¿Acaso desconfías de mí? ¿Acaso te atreves a llamarme mentiroso en mi propia casa? Te estoy dando una última oportunidad y ¿desconfías de mi palabra? ¿Qué piensan de esto muchachos? –Preguntó de nuevo el viejo dirigiéndose a sus hombres-
- No debería ser tan misericordioso jefe –Se aventuró a decir uno de los hombres que estaban desde el principio- una rata como esta que duda de su buena fe no se merece una oportunidad así.
- No, no seas tan rudo Rubén –Respondió el viejo delincuente- Vamos a darle una oportunidad al chico sólo como prueba de mi gran corazón, así que si muchacho te doy mi palabra.
- Y yo confío en ella don Ramón –Respondió Mario haciendo una leve reverencia-
- Tendrás que confiar –Respondió el viejo sonriente de nuevo- además, uno de los dos tiene que quedar vivo, quiero que queden testigos de lo que pasa cuando alguien se niega a pagarle al gran Ramón Cárdenas.

Los hombres de Cárdenas obligaron al que estaba sentado frente al Mario, que no dejaba de lloriquear, a que tomara el arma con amenazas. Mientras tanto Mario le miraba a los ojos con serenidad esperando lo que pudiera pasar. El hombre llevó el cañón a su sien sin dejar de temblar y después de un grito del viejo haló del gatillo que traqueó con un ligero clack, dejando decepcionados a los delincuentes.

- Mire jefe, el muy cobarde se meó encima.

Todo el grupo se echó a reír con la burla sobre el tipo que seguía llorando como un niño, mientras Mario esperaba impaciente, ahora era su turno. Dudó por un instante en si estaría bien hacer lo que había pensado instantes atrás, pero confió en su suerte y apretó el gatillo. Un nuevo clack hizo que la banda bufara de decepción nuevamente y nuevamente era el turno del hombre sentado frente a Mario.

- Parece que las cosas se ponen cada vez más interesantes –Interrumpió el viejo Cárdenas- ¿no creen muchachos?

Mientras tanto los secuaces del viejo empezaban a hacer apuestas entre sí. De cierto modo macabro para Mario resultaba divertido saber que tenía la preferencia de la mayoría de sus captores por encima del otro pobre infeliz sentado al frente suyo. Tres de los miembros de la banda apostaban a que Mario saldría con vida del juego y podía ver en los ojos del viejo un destello que le indicaba que esperaba lo mismo. Sólo el bandido que había respondido al viejo Cárdenas que no debía ser tan misericordioso apostaba en su contra. Pero una vez más el compañero de juego de Mario apretaba el gatillo del revólver contra su cabeza y una vez más salía ileso, sin poder evitar esbozar una nerviosa sonrisa de alivio.

- Parecer ser que es tu turno nuevamente –Dijo Cárdenas, arrebatando el revólver de las manos del hombre sentado frente a Mario y poniéndolo en la mesa- a ver si no nos decepcionas.

Esta vez, Mario venía venir lo peor, pensó en las razones por las que estaba ahí, recordó el momento en el que había abierto su ferretería y los meses que había tenido de prosperidad después de ser despedido sin razón de una empresa a la que le había servido por cinco años consecutivos. Recordó también el momento en el que vio por primera vez a Ramón Cárdenas, que después de cuatro meses de instalado se le había acercado para ofrecerle “seguridad” a cambio de una pequeña cuota mensual. También recordó la amenaza disfrazada con una sonrisa que le había dedicado el viejo después de recibir su “no” rotundo.

Ahora Mario estaba ahí, solo con sus verdugos y otra víctima que seguramente tenía una historia muy similar a la suya, jugando a la ruleta rusa en algún sótano desconocido de aquella parte de la ciudad. Mario aspiró fuerte resignado a despedirse de la vida de una vez por todas mientras cerraba los ojos, pero un clack del arma dictó que el juego debía continuar.

Era el turno del otro hombre, al que ahora sólo le quedaba una oportunidad más para vivir o morir, si lograba salvarse esta vez habría ganado el juego. El hombre tomó el arma temblando y sollozando ahora más que nunca mientras los maleantes a su alrededor se quedaban en silencio expectantes. Apretó el gatillo una vez más y nuevamente el arma hizo clack. El tipo no pudo evitar soltar un bufido de la emoción mientras se arrodillaba ante Cárdenas agradeciéndole por su misericordia y este lo apartaba de un puntapié tomando el arma de la mesa y poniéndola en la frente de Mario nuevamente mientras halaba el martillo hacía atrás y los dos escoltas que estaban desde el princiío cargaban sus escopetas.

- Lo siento chico, pero parece que has perdido y una vez más me has decepcionado, ¿ves en ti no se puede confiar?
- No –Respondió Mario- Espere, déjeme hacerlo yo mismo, déjeme ser mi propio verdugo por favor, al menos concédame eso.
- Este no se merece nada jefe, matémoslo de una vez –Respondió el que había apostado a contra de Mario sacando una Glock del cinto y apuntándole también-
- No, espera, espera, no seas tan impulsivo –Respondió el viejo, soltando con suavidad el martillo del revólver- Parece que el muchacho tiene pelotas, vamos a darle ese último gusto, pero no intentes nada raro, sabes que estás perdido.

Mario tomó el arma con tranquilidad y la llevó a su sien mientras veía como el tipo que había estado jugando con él se quedaba mirándolo con la boca abierta en una expresión ridícula. Cerró los ojos y respiró profundo, su mano temblaba, mientras todos sus recuerdos volvían a su mente; sabía que estaba perdido. Una lágrima se le escapó cuando empezaba a sujetar el gatillo haciendo más presión cada vez, de sus labios dejó escapar el inicio de un padre nuestro y en el último instante abrió los ojos para poner la bala en la mitad de la frente de Ramón Cárdenas. Tuvo el tiempo suficiente para ver a su verdugo morir y encomendarse a Dios por última vez, antes que los perdigones de una escopeta le abrieran por completo el pecho, pero se fue tranquilo sabiendo que por las calles ahora deambulaba un delincuente menos.

Octubre de 2015.



No hay comentarios.:

Publicar un comentario