martes, 27 de octubre de 2020

La guardiana del faro

Y esa noche sin luna, iluminada por la luz del faro; la guardiana del faro se sentó a la orilla del acantilado, con la flauta entre los dedos, mientras la espuma de las olas acariciaba y le cosquilleaba en las plantas de sus pies. Sabía que desde debajo de la superficie del agua, la observaban y sabía que era peligroso, pero eso ya no le importaba.

La gitana que le había enseñado aquella vieja canción, la había advertido, que la venganza no le regresaría la dicha; sin embargo, hacía tiempo que no era la búsqueda de la felicidad lo que la impulsaba. Por eso, cuando oyó el chasquido de las aletas en la superficie, empezó a tocar su canción, mientras las lágrimas anegaban sus ojos. Una a una, las sirenas emergieron del agua, atraídas por aquella melodía, arrastrándose como podían y aferrándose a las paredes de roca húmeda y coral marchito del acantilado, con sus pupilas vacías y aquellas bocas abiertas totalmente desencajadas; las mismas, de cuyas gargantas nacían coros, canciones y estafadoras voces que hipnotizaban a los hombres por pura diversión, para luego arrastrarlos al fondo del mar, donde se ahogaban y de donde sus cuerpos nunca regresaban a la superficie.

Ella, por amor, por despecho y por venganza seguía tocando, mientras las sirenas a su alrededor se asfixiaban lentamente en el aire libre y fresco de la noche. Aquella era la muerte que había encontrado su amor al oír el canto de las sirenas, y aunque ver morir a los engendros a su alrededor, no se lo devolvería con vida, estaba segura de que ese era el precio justo que aquellos seres debían pagar.

Martes, 27 de noviembre de 2020

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