Este relato está inspirado directamente en la serie de relatos de Howard Phillips Lovecraft, titulada Herbert West reanimador.
– ¿Cuál es su nombre por favor?
– Felipe Torres Caicedo.
– ¿Edad?
– Tengo veinticinco años.
– ¿Fecha y lugar de nacimiento?
– Nací el 04 de febrero de 1989.
– ¿Profesión?
– Soy estudiante de comunicación
social.
– ¿Sabe usted por qué motivo se
encuentra en este despacho?
– Si, por la muerte de mi hermano,
Alberto Torres.
– Sírvase relatar a este
despacho su versión de lo ocurrido la noche del día martes 03 de junio en las
instalaciones de la facultad de medicina de la Universidad del estado.
– Como lo he dicho
antes –Suspiró Felipe mientras se le humedecían los ojos y se le hacía un
nudo en la garganta– Ese día me encontraba acompañando a mi hermano, que estaba
realizando experimentos para su tesis de doctorado, pero algo salió
mal y Alberto fue... asesinado.
– ¿Está usted en la capacidad de
decirnos quién fue el autor material y/o intelectual de la muerte de su
hermano?
– Si... –Felipe dudó por un
momento lo que iba a decir, pero sabía que por increíble que pareciera tenía
que relatar los sucesos ocurridos esa noche, así que se armó de valor para
continuar– Mi hermano fue asesinado por un muerto.
El funcionario
encargado de tomar las declaraciones de Felipe ya conocía en parte su versión,
por eso aunque era evidente su incomodidad al recibir las declaraciones de un
loco que había sido capaz de matar a su propio hermano, no mostró sorpresa por
las palabras de Felipe, sino que simplemente hizo una pausa al escribir
y se limitó a preguntar:
– ¿Puede usted
darle más detalles a este despacho acerca del experimento de su hermano?
– Si, le voy a contar toda la historia de lo ocurrido con
los experimentos de mi hermano en los laboratorios de la universidad; pero
antes debo contarle como llegamos ahí esa noche.
Hace unos seis años que llegué aquí a la capital buscando trabajo y para poder estudiar; me vine a vivir con mi hermano que en ese entonces estaba terminando sus estudios de maestría. Él llevaba ya un par de años trabajando en uno de los laboratorios, como investigador adjunto del instituto de investigaciones en medicina forense de la escuela de ciencias de la salud, por lo que no era raro que pasara casi todo el día en la Universidad y llegara tarde en la noche, muchas veces a la madrugada. Sin embargo de un tiempo para acá empezó a tener comportamientos extraños, casi no comía, me hablaba poco y el tiempo que pasaba en casa casi siempre estaba encerrado en su habitación o haciendo anotaciones en su libreta, mientras comentaba cosas para sí mismo en voz alta; parecía obsesionado con su trabajo y todo a causa de la receta de un extraño suero que llegó a sus manos, aunque desconozco como la obtuvo.
Hace unos seis años que llegué aquí a la capital buscando trabajo y para poder estudiar; me vine a vivir con mi hermano que en ese entonces estaba terminando sus estudios de maestría. Él llevaba ya un par de años trabajando en uno de los laboratorios, como investigador adjunto del instituto de investigaciones en medicina forense de la escuela de ciencias de la salud, por lo que no era raro que pasara casi todo el día en la Universidad y llegara tarde en la noche, muchas veces a la madrugada. Sin embargo de un tiempo para acá empezó a tener comportamientos extraños, casi no comía, me hablaba poco y el tiempo que pasaba en casa casi siempre estaba encerrado en su habitación o haciendo anotaciones en su libreta, mientras comentaba cosas para sí mismo en voz alta; parecía obsesionado con su trabajo y todo a causa de la receta de un extraño suero que llegó a sus manos, aunque desconozco como la obtuvo.
– ¿Y de qué se trataba la receta? – Preguntó el
funcionario sin mirar a Felipe ni dejar de teclear.
– No lo supe hasta que me lo dijo, varios meses después de
que su comportamiento empezó a cambiar. –Felipe dudó una vez más lo que
iba a decir, sabía que una vez empezara tendría muy pocas opciones de convencer
a los investigadores encargados del caso que decía la verdad, pero suspiró
profundamente, apretó los puños y continuó– Era un suero para devolver la
vida a los muertos.
Felipe pudo ver cómo el funcionario que tomaba su
declaración hacía una pausa de tan solo un par de segundos mientras torcía los
labios, fue un gesto muy corto, pero duró lo suficiente como para que Felipe notase
su incomodidad e incredulidad.
– Una fórmula para revivir a los muertos, ya, ¿puede usted
contarnos más acerca de dicha fórmula?
– Lo que sé de la fórmula es poco, tampoco sé mucho acerca
de cómo la consiguió mi hermano; aunque sé que no la desarrolló él mismo.
Alberto era un tipo solitario, que además le gustaba mucho
coleccionar antigüedades y cosas extrañas; de hecho nuestro
apartamento está lleno de cacharros viejos y objetos antiguos por todas partes.
Yo conocí de la existencia de la formula sólo hasta cuando él mismo me habló de
ella, aunque debo admitir que al principio me mostré escéptico de que
pudiera funcionar, pero en esos días siempre llevaba consigo un libro que
parecía un viejo diario escrito en inglés.
Felipe, tuvo una ráfaga de luz por un momento e intentó
recordar algo que había garabateado su hermano en las etiquetas de los frascos de la fórmula y haciendo un gran esfuerzo atinó a decir por fin:
– Mi hermano tenía un par de frascos ámbar de
poco más de dos litros cada uno, que estaban etiquetados como "formula de
H. W. 1 y 2"
– ¿Y cómo funcionaba ese suero?
– Bueno, tenían que aplicárselo a un cuerpo, pero
habían otras cosas que debían hacer para que el procedimiento diera resultado;
de hecho mi hermano trabajaba con otras dos personas, el estudiante de
Ingeniería electrónica Mauricio Cárdenas y la asistente de mi hermano, una
estudiante de pregrado llamada Sofía Franco. El procedimiento para que sus
experimentos dieran resultado era muy preciso y complejo, la verdad se trataba
de cosas macabras y perversas; pero soy testigo de que finalmente dieron
resultado.
– ¿Cosas macabras y perversas? ¿A qué se refiere?
– Verá, tendré que contarle desde mi primer visita a su
laboratorio –Felipe pausó de nuevo, tratando de tomar fuerzas para
continuar, solo recordar las imágenes de lo visto en los laboratorios de la
Universidad le producía náuseas y terror– La primera vez que mi hermano me
invitó para que viera sus experimentos, me dijo que necesitaba que le ayudara a
hacer unas grabaciones acerca de su trabajo; aunque no me dijo bien de que se
trataba. Al llegar me presentó a sus compañeros y me explicaron en parte lo que
estaban haciendo, luego me llevaron a su laboratorio. Lo que vi esa noche era
asqueroso. El cuerpo de un hombre de más o menos unos treinta y cinco años de
edad, delgado y con la piel azul; que creo que ya llevaba varios días de muerto
estaba desnudo sobre una mesa de trabajo. Al cuerpo le habían amputado ambos
brazos un poco más arriba de los codos y de ahí habían conectado gran cantidad
de cables y mangueras por las que circulaban algunas sustancias de colores
brillantes, además de eso estaba conectado a unos aparatos por medio de agujas
y cables por todo el cuerpo, principalmente la cabeza y el pecho.
– ¿Y qué pasó esa noche?
– Al principio, quise salir corriendo de ahí, no soportaba lo
que veía, pero entre los tres me convencieron para que me quedara, instalé
una cámara fija atrás y por encima de dónde estaba el cuerpo, puse a rodar mi grabadora de sonido y me dispuse a grabar lo que podía con mi otra cámara moviéndome
por toda la habitación, pero después de varias horas de inyectarle líquidos,
darle shocks y otras cosas el cadáver no respondió, sencillamente esa noche no
pasó nada.
– ¿Y ahí terminó todo?
– No, solo era el primero de una serie de experimentos.
– ¿Cuándo fue esa primer visita al laboratorio de su hermano?
– El martes 13 de mayo, ese día nunca lo voy a olvidar.
– ¿Y tiene usted esas grabaciones?
– Si, las tengo; y no solo eso, tengo las grabaciones de
todos los días en los que intentamos repetir el experimento, filmé y grabé
todo, excepto el día en que murió Alberto.
– ¿Y los otros dos estudiantes, confirmarían su versión?
– No lo sé, La última vez que los vi, tuvieron un altercado
fuerte con mi hermano.
– ¿Un altercado? –El funcionario pareció interesarse
por esto último– ¿Cómo fue eso?
– Cosas que no salieron bien, Sofía venía muy nerviosa
desde hacía días, los experimentos de mi hermano no contaban con ningún tipo de
autorización y si nos descubrían todos seríamos expulsados de la universidad seguramente.
Pero todo empeoró cuando el abdomen del cuerpo con el que estábamos trabajando
ese día, una mujer joven de unos veintiséis años, reventó de
repente salpicándonos a todos con un líquido viscoso y mal oliente,
mientras ella misma parecía estar convulsionando. Sofía empezó a gritar
desesperada y no era para menos, mi hermano se le arrojó furioso encima para
callarle, Mauricio intentó detener a Alberto y se pusieron a forcejear, mientras yo calmaba como podía a Sofía, al llegar el vigilante entre todos nos deshicimos de
él diciéndole cualquier cosa y luego limpiamos el sitio; pero desde ese día ya
no trabajamos más con mi hermano.
– Se incluye usted cuando dice que ya no trabajaron más con
su hermano ¿Usted también dejó de trabajar con él?
– Si, la verdad no quería saber más de ese dichoso
experimento, era desagradable todo lo que hacíamos y el comportamiento de mi
hermano estaba empeorando.
– ¿Cuál era la rutina que seguían? –Preguntó el
funcionario–
– Por lo general yo llegaba tipo nueve de la noche, mi
hermano había conseguido un permiso especial para mí; cuando yo llegaba ellos ya llevaban horas trabajando. Debo admitir que después de las
primeras veces me estaba familiarizando con lo que hacíamos, incluso puedo
decir que en algún momento me entusiasmé con el proyecto. Aunque poco entiendo
de medicina mi hermano y los otros iban informándome cada tanto de
los avances que tenían. La idea según ellos era lograr volver a la vida el
cerebro de un cuerpo, para eso necesitaban
preservarlo aplicándole una determinada cantidad del contenido de una
de las botellas bajo la nuca, luego; cuando empezaban le daban una serie de
choques eléctricos y le aplicaban otra cantidad del contenido de
la otra botella. Todo el tiempo le estaban midiendo signos vitales, pero pocas
veces se tenían resultados más allá de un ligero espasmo. En cuanto a lo de
amputarle los brazos a los cadáveres que usaban tenía un propósito mucho más
macabro; según lo que me explicaron a pesar de devolverle la vida al cerebro
dudaban que pudieran reanimar por completo el cuerpo, de tal forma que este no
respiraría, no podría alimentarse por sí solo, ni siquiera la sangre circularía
si no era con ayudas externas; por todo esto, era posible que no pudiera ver,
moverse o hablar, había una esperanza de que pudiera oírnos, por eso le
habían conectado una serie de electrodos directamente al sistema nervioso. Una
vez lográramos reanimarle, le haríamos preguntas sencillas, tan sencillas que
no tuviera que hacer un gran esfuerzo y que además pudiera responder con un sí
o un no, antes de eso le pediríamos que para responder "si" lo
hiciese levantando el brazo derecho y para un "no" lo hiciese
levantando el izquierdo, una vez el cerebro mandase la señal al sistema
nervioso de mover determinado brazo, recibiríamos una señal eléctrica en uno de
los equipos de Mauricio, por eso estaba él ahí.
– ¿Y cuál era su función?
– ¿La mía?, grabar y filmar todo por una parte, por otra
parte, mientras los demás lo monitoreaban yo debía entrevistar al muerto.
– ¿Y qué pasó la noche en que murió su hermano?
– Pasaron días en los que no hablamos de su investigación,
después del accidente con el cuerpo de la mujer. Después de una semana Alberto desapareció
por un par de días, no tenía noticias de él ni me contestaba el teléfono,
intenté contactarme con los otros chicos; pero ellos me respondieron con
evasivas. Llegó una noche en que presentía que la única opción de encontrarlo,
era yendo yo mismo a la universidad, aunque también tenía un mal presentimiento.
Llegué a la hora a la que llegaba habitualmente por lo que el vigilante me dejó
seguir sin problema, fui a buscarlo a su oficina primero, tratando de evadir el
maldito laboratorio, pero como temí que pasaría, no estaba ahí. Al llegar al
laboratorio lo noté muy alterado nuevamente, esta vez experimentaba con un
nuevo cuerpo, un hombre gordo que aparentaba unos cuarenta años, la verdad es
que sólo hasta ahora me pregunto cómo conseguía los cuerpos Alberto. Mi hermano
no prestó mayor atención a lo que yo le decía, de hecho me mandó a callar con
una seña y me dio indicaciones para que tomara el puesto habitual de Mauricio;
al principio traté de negarme pero él insistió y me miró de una forma tal que
me causó terror. Aunque yo no conocía muy bien el trabajo de los chicos, ya los
había visto varias veces hacer lo mismo y Alberto me iba indicando lo que debía
hacer. Alberto estaba muy exaltado, parecía haber descubierto algo, tal vez
había corregido algún error, la verdad es que yo no entendía mayor cosa ni
quería entender lo que decía, gesticulando todo el tiempo. En un momento dado,
el muerto empezó a reaccionar a sus señales y preguntas, era un espectáculo abrumador
lo que sucedía esa noche.
– ¿Y qué pasó después?
– Alberto mismo hacía las preguntas; el hombre de la
camilla al principio parecía no responder adecuadamente pero pronto empezó a
dar señales de entendimiento, una de las preguntas que hizo mi hermano fue: “¿Estás
ahí?”, lo que el muerto respondió intentando levantar levemente el brazo
derecho, momento en el que casi me desmayo. Cuando mi hermano preguntó “¿sabes
dónde estás?”, hizo lo propio intentando levantar el brazo izquierdo. Todo esto
lo hacía Alberto entusiasmado mientras le revisaba constantemente los signos
vitales a la criatura y revisaba mi trabajo; Alberto tenía una sonrisa de
satisfacción en el rostro aterradora. La siguiente pregunta de mi hermano fue “¿Te
sientes bien?”, lo que el muerto respondió de nuevo con el brazo izquierdo.
Alberto en ese momento me miró y yo no fui capaz de decirla nada, el miedo no
me dejaba; después le preguntó: “¿Te duele algo?” cosa que el sujeto de la
camilla respondió con un su brazo derecho; debido a esto mi hermano empezó a
preguntarle por las diferentes partes del cuerpo; pero la criatura extrañamente
movía ambos brazos para responder, cosa que al principio no entendimos, hasta
que Alberto le preguntó: “¿Acaso te duele todo el cuerpo”? lo que el muerto
respondió moviendo solo su brazo derecho.
– ¿Y usted no hizo nada para impedirle a su hermano seguir?
– No, como ya le dije estaba estupefacto. No sabía qué
hacer ni que pensar, estaba a punto de desmayarme o vomitar.
– ¿Y qué pasó después?
– Alberto le preguntó al cadáver “¿Qué te pasó, recuerdas
algo?, pero este respondió con un ligero temblor de la cabeza por lo que mi hermano se acercó al cuerpo para examinarlo, más de lo que yo creí razonable;
luego le preguntó si necesitaba algo y le mencionó varias cosas, dormir,
ponerse de pie, pero el cadáver no respondió nada, hasta que mi hermano dijo: comer…
En ese momento Felipe se soltó en llanto al recordar los
últimos instantes del experimento, pero el funcionario trató de calmarle y lo
convenció de continuar, "¿qué pasó en ese momento?" Repetía constantemente, mientras Felipe sollozaba como un niño.
– Lo que pasó fue… –Decía Felipe entre lágrimas y jadeos– el muerto se levantó de repente y le dio un bocado a la garganta de Alberto, mi hermano
intentó inútilmente quitárselo de encima pero era demasiado tarde; cayó de
espaldas con el muerto que aún se aferraba a su cuello fuertemente con los
dientes y movía los muñones de forma frenética; yo reaccioné apartándoselo con puntapiés
y empujones, pero cuando lo logré, Alberto tenía la garganta arrancada de cuajo, los
ojos blanqueados hacía arriba, convulsionaba y de lo que le quedaba de cuello, brotaba un río de sangre. Yo no sabía qué hacer; gritaba pidiendo ayuda y trataba de detener la
hemorragia, pero todos mis esfuerzos eran en vano, mi hermano ya estaba muerto.
– Y en ese momento llegaron los vigilantes –Añadió el
funcionario que ahora se veía asqueado con la historia de Felipe–
– No, antes de eso me abalancé sobre el maldito zombie para
apuñalarlo en el pecho con una de las herramientas de mi hermano, pero lo que
vi y oí me dejó más aterrado aún, el muerto reía y estoy seguro de que me miraba a los ojos; entre sus balbuceos lo único que alcancé a
entender antes de clavarle en el pecho lo que tenía en la mano fue:
“Al fin, al fin comida de nuevo”.
Nota: Este texto fue escrito para concursar en la I Edición del concurso de relatos cortos de H. P. Lovecraft organizado por Lamanofest, para mayor información hacer click aquí.
Febrero, 2015.
Febrero, 2015.
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