domingo, 29 de marzo de 2015

¡Buenos días!

El calor insufrible de esa noche había hecho que Helena saliera de su cama a la 01:30 para sentarse en la acera acompañada por Kaicer y Nerón, los dos enormes perros criollos que siempre le seguían para todos lados. Sus padres le habían recomendado en muchas ocasiones anteriores que dejara la costumbre de salir a la calle a esa hora; pero ella, una chica a los plenos diecisiete años y con un carácter indomable pasaba de largo y hacía caso omiso de sus consejos.

Helena llevaba consigo una jarra de agua, un libro de Gabo y se mecía suavemente en la vieja silla de mimbre mientras el sudor le recorría la frente, el pecho y la espalda como si se tratara de un grifo abierto. Los dos canes permanecían amodorrados a lado y lado de la silla, con los hocicos recostados sobre las patas delanteras, sacudiendo el lomo de vez en vez. Era una noche tranquila de finales de julio y Helena estaba concentrada en su lectura, solo un ligero escalofrío que le recorrió la columna vertebral la hizo percatarse de que la temperatura había bajado drásticamente y ella había dejado de transpirar; se detuvo extrañada al oír gemir a Kaicer y a Nerón que parecían muy nerviosos y se quedaban mirando algo hacía el final de la calle que estaba completamente sola a esa hora.

La chica intentó hablar para tranquilizar a los perros, pero de su boca solo escapó una bocanada de vapor, mientras los dos canes se empujaban el uno al otro por esconderse tras la silla y chillaban nerviosos. Helena misma estaba completamente aterrada sin saber porque y observaba como lentamente la calle era invadida por una tenue neblina. Trató de ponerse de pie, pero ni las piernas ni los brazos le respondían y sentía como algo le oprimía el pecho y no la dejaba respirar.

De pronto a lo lejos pudo oír cómo se acercaban unos pasos que hacían eco por toda la calle, que por el sonido parecían ser unas pisadas cubiertas por zapatos de material. Pronto entre la neblina, Helena pudo observar la silueta de un hombre que se acercaba lentamente, vestido de traje, sombrero de ala ancha y apoyado en un fino bastón. El hombre que caminaba por la mitad de la calle sin prisa, iba completamente de blanco; era un tipo alto, de nariz aguileña y mandíbula alargada, los pequeños ojos hundidos en unas ojeras prominentes, hacían juego con el color pálido de su piel y una maquiavélica sonrisa que se dibujaba en sus delgados labios.

Un extraño efecto visual que Helena no podía entender, hacía que el hombre pareciera cada vez más y más alto mientras se acercaba a la casa. Al pasar frente a la fachada de la casa de Helena, el hombre se detuvo en la mitad de la calle, miró a la chica que permanecía inmóvil y le dijo:

– Buenos días, hermosa jovencita. Gracias debe dar usted, ya que si no fuera por la criatura que lleva en el vientre, ahora mismo la invitaría a dar un paseo.

Nota: Este relato no es de mi autoría, sólo lo he modificado un poco para publicarlo en mi blog. Se trata de una historia que durante años me ha contado alguien muy especial, bajo el argumento de que es algo que le sucedió en la vida real; ya vos sacarás tus propias conclusiones.




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