Sentada en la parada del colectivo en la estación, reflexionaba acerca de los últimos días vividos en
Rosario. Un viaje a Santafé era la oportunidad perfecta para reiniciar su vida
y olvidar todo lo ocurrido en ese último año. Sólo cuando el colectivo aparcó para
que se subieran ella y los otros cuatro pasajeros que esperaban con sus tiquetes
en la mano notó a aquel tipo delgado y de lentes que la miraba fijamente con
ánimos de iniciar conversación. Sacó su teléfono y se puso los auriculares,
mientras le daba al play en una canción al azar, con la única intención de
evitar interactuar con aquel hombre desconocido que no dejaba de mirarla.
Se adelantó a subir al vehículo que estaba vacío para el viaje de esa noche,
buscó uno de los puestos de atrás, justo sobre las ruedas, se sentó junto a la
ventana y puso su valija en la silla de al lado para evitar ser molestada por
cualquier espontáneo que quisiera sentarse en la silla vecina. Al momento de
arrancar, pudo ver con el rabillo del ojo al hombre de los lentes que se
acercaba arrastrando los pies a las sillas de la parte trasera, mientras no le
quitaba los ojos de encima. Sofía suspiró molesta mientras el tipo se sentaba
en la misma hilera de sillas, al otro lado del pasillo. “Será un viaje largo” pensó, mientras sentía sobre ella la mirada de
aquel extraño.
Trató de dormir; descansar para
olvidarse del mundo era lo que necesitaba; dejar atrás todo aquello que la mortificaba, todo eso que la hacía salir huyendo queriendo borrar el pasado. Eran poco más de las siete de la
noche a mediados de Julio y aunque intentaba consolar el sueño no lo conseguía
a causa del frío y la mezcla de incomodidad y curiosidad que le generaba el
tipo sentado con la luz encendida a poca distancia.
Sin saber bien en que momento,
Sofía se encontró a sí misma espiando de soslayo a aquel hombre de lentes que
ahora aparecía absorto en un libro sin prestarle a ella la más mínima
atención. A Sofía siempre le habían interesado los tipos a los que les gustaba
leer; pocas cosas habían que le pareciesen más llamativas, sin embargo lo que
más le intrigaba era saber cuál era el tema de aquel libro que tenía atrapado
con tanta devoción al desconocido de los lentes y que había logrado que dejara de mirarla.
Lo que al principio era simple
curiosidad con el paso de los minutos se fue transformando en una pequeña
obsesión para Sofía, que miraba con descaro al hombre preguntándose por el
contenido del libro del que poco alcanzaba a ver. Por su cabeza pasaban
gran cantidad de hipótesis y preguntas mientras trataba de adivinar observando
los gestos en el rostro de aquel sujeto. Las expresiones del hombre pasaban del asombro
a las sonrisas maliciosas, de la incomodidad al interés y de la sorpresa a la
indiferencia, pero no despegaba los ojos de aquellas páginas sin percatarse de
la mirada insistente de Sofía.
De ese modo pasaron las tres
horas de viaje hasta que el hombre visiblemente cansado apagó la luz sobre él,
pocos minutos antes de llegar a Santafé. Cuando estaban por bajarse en la
estación, el hombre de los lentes se paró y miró a Sofía con gesto de querer decir algo, pero al
instante se detuvo sonrojado. Sofía que no estaba dispuesta a perder esa
oportunidad de poner conversación, sonrió apartándose un mechón castaño del rostro y le dedicó un tímido “hola”,
a lo que el tipo de los lentes respondió con una sonrisa forzada y le dio la
espalda para marcharse visiblemente abochornado. Sofía, sintiéndose frustrada y
en un arrebato de indignación le preguntó, levantando la voz algo más de lo
debido:
- Che ¿Querés decirme algo?
- Che ¿Querés decirme algo?
El hombre dudó por un
instante antes de girarse a responderle, la miró más avergonzado que antes con
los colores cambiándole por todo el rostro y lo único que atinó a decir entre
un tartamudeo fue:
- No, solo quería entregarte esto… lo perdiste cuando esperábamos el colectivo…
- No, solo quería entregarte esto… lo perdiste cuando esperábamos el colectivo…
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