sábado, 8 de agosto de 2015

¡Quiero ser loco!

"Hay quienes llaman locura
 a lo que simplemente es un deseo de libertad".

Aunque ahora mi vida ha tomado el rumbo que mis padres siempre quisieron que tomara; aún recuerdo aquellos días en que lo único que me interesaba era ser libre, libre como una nube o el viento que vaga sin rumbo, libre como aquellos seres a los que despectivamente llamamos locos.

Era una tarde calurosa en la que la familia en pleno se había reunido en mi casa para celebrar una fecha especial de la que ya no tengo recuerdo. En ese momento era tan solo un estudiante, miembro de un importante colegio privado del norte de la ciudad. Mi padre que era abogado y mi madre, descendiente de una familia adinerada de finos y reconocidos personajes; hablaban a lengua suelta de mi educación, mis méritos y la universidad privada en la que yo habría de estudiar.

Gozaba yo de buena fama entre mis parientes y los amigos de mis padres. Era reconocido por mis notables logros académicos, por tocar el piano y el violín, por mi carácter apacible y porque nunca en toda mi vida había causado dolor de cabeza alguno ni vergüenzas a mis papás.

En ese momento, alguien que no recuerdo quien fue, hizo una pregunta que jamás he olvidado, a la que respondí con ligereza algo que me pareció cuerdo y noble, pero que sería para mí, causa de muchos y grandes problemas difíciles de sortear.

– ¿Qué quieres ser cuando grande? –Me dijeron–

Vacilé por un momento y luego; mirando a todos los presentes con actitud firme y descomplicada respondí:

– ¡Quiero ser loco!
– ¿Cómo? –Me preguntaron, mientras sentía las miradas de mis padres y todos los demás que se posaban rápidamente sobre mí–
- Si, quiero ser loco.

A unísono se oyó de todos una carcajada difícil de soportar, mientras a mis padres se les subían los colores al rostro a causa de la vergüenza que les daba lo que ellos llamaban broma de mal gusto e infantil respuesta, proveniente de la boca imprudente de un muchacho tonto que no entendía la seriedad de la pregunta que le acababan de formular.

Miré a todos avergonzado y con una sonrisa tímida, dije:
- No es cierto, lo que en verdad quiero es ser un médico.

Pero a pesar de mi corrección, al parecer el mal estaba hecho y mis padres descaradamente trataban de cambiar el tema de conversación, mientras se oían los comentarios y murmullos malintencionados de invitados y amigos que se burlaban de mi irreverencia, mi evidente falta de educación y modales, cosa que difícilmente podrían olvidar.

– No te avergüences muchacho, es una buena profesión la que has escogido –Dijo uno de mis tíos- Ya que con tu inteligencia no tendrás que esforzarte mucho, el problema será donde estudiar y terminar tu carrera, porque en la universidad a la que te quieren enviar no creo que la tengan y tardaran años en implementarla, a no ser que tengas una mejor idea. Me refiero claro a la locura, porque si lo que quieres es ser medico no necesitarás buscar demasiado, aunque yo personalmente no pondría mi vida en manos de un médico loco, aunque esa fuera mi única opción.

Una nueva risa generalizada hizo mi padre visiblemente ofuscado, me tomara por el brazo, me sacara del lugar rápidamente y me enviara a encerrarme en mi habitación el resto de la tarde. La noche de ese día no fue para nada mejor; ya que mis padres no dejaban de reprocharme por la enorme vergüenza que les había hecho pasar. Castigado de todas las maneras posibles me fui a dormir para tratar de olvidar el bochornoso incidente que había ocasionado mi imprudencia. 

Pasaron varios días y el incidente de mi “locura” parecía haber quedado olvidado. Me encontraba en el colegio y había sido llamado a la oficina de mi directora de curso que quería felicitarme por el magnifico desempeño que había tenido en las pruebas de aptitud. 

Después de muchos elogios y de mostrarme una revista donde aparecían los programas curriculares de las que para ella eran las mejores universidades del país, me dijo tomándome la mano:

– Tienes las cualidades y la inteligencia para estudiar cualquier cosa que te propongas, has sido todo este tiempo si no el mejor, uno de los mejores alumnos de tu curso y estoy muy orgullosa de haberte enseñado, pero quiero preguntarte algo: ¿Has pensado ya, lo que quieres ser cuando grande?
– Médico –Respondí entre dientes, agachando la cabeza–
– ¿Seguro?, conozco a tus padres personalmente y su marcado interés por que estudies medicina; pero en mi puedes confiar y si quieres estudiar otra cosa quizás pueda ayudarte.

Luego de un rato de incomodo silencio le pregunté:

– ¿Puedo confiarle algo?
– Adelante, te escucho.
– A veces sueño con ser loco.

Ella me miró con una comprensiva pero confundida mirada, suspiró y me preguntó de nuevo:

– ¿Eres consiente de lo que estás diciendo?
– La medicina me parece una carrera interesante; pero no puedo negar que quisiera ser libre de responsabilidades y de apariencias. A veces quisiera ser loco.

Mi profesora era una mujer a decir verdad intimidante, tenía alrededor de unos cincuenta años, vestía un traje azul turquí compuesto de pantalón de lino y chaqueta, no era precisamente delgada y tenía unas gafas con un horrible y grueso marco, que le daban un raro aspecto de tía solterona. Su oficina era agradable, de paredes verdes claras, tapizadas de diplomas y títulos extraños, con un librero lleno hasta el tope y un elegante escritorio de madera, con cómodas sillas tapizadas en cuero. Había una ventana que proporcionaba iluminación y ventilación adecuadas. Pero lejos de sentirme cómodo me sentía como un bicho raro a punto de ser analizado.

– ¿Y puedo saber por qué un genio como tu, quiere perder la razón?
– Yo no quiero perder la razón, yo solo quiero ser loco.
– ¿Por qué entonces?

Un fuerte suspiro y mi larga respuesta fue lo que vino a continuación:

– Para poder saludar efusivamente a mis seres queridos cada vez que los vea, para ser libre de tantas reglas absurdas, para caminar por las calles sin tener un rumbo fijo, para abandonar todo y correr tras el amor de mi vida sin pensarlo dos veces, para poder gritar cuando esté desesperado y quiera hacerlo, para andar desnudo sin vergüenza de mi cuerpo, para pasar días enteros sin tomar un baño si no me da la gana, para poder estar sin afeitarme, cortarme el cabello o peinármelo durante meses, para soltar un gas libremente cada vez que sienta ganas, para hablar solo en voz alta o a los gritos sin importarme lo que piensen los demás, para salir a la calle descalzo y correr libremente, para caminar tranquilamente bajo la lluvia, para jugar con animales callejeros y otros tipos iguales a mí que compartan mi locura, para quedarme solo en silencio mirando al infinito sin estar viendo nada o tener nada en mente, para quedarme hasta altas horas de la noche mirando las estrellas, para no tener que hacer caso a la salida del sol y dormir a pierna suelta hasta que sea medio día, para vivir sin preocuparme de lo que pueda pasar mañana, para hacer burbujas de saliva y complacerme de ello, para bailar solo y sin música cuando me sienta divertido, para reír a carcajadas fuertes cuando algo me cauce gracia, para rascarme los oídos y hurgarme la nariz cada vez que sienta algo dentro, para poder acostarme en cualquier parte cuando sienta cansancio, para llorar sin taparme el rostro cada vez que me sienta triste, para jugar libremente en una fuente en la plaza, para silbar y cantar desafinado las canciones que me gustan, para hacer caras raras y muecas solo frente a un espejo, para hacer lo que desee y decir lo que pienso sin temor a lo que digan los demás,  para crear un mundo en mi mente en el que pueda ser libre, para escapar lejos de la realidad sin importarme lo que en el exterior suceda y para hacer muchas cosas más que no podría explicarle en este momento.

– ¿Y puedo saber cómo es que piensas cumplir tu sueño, acaso piensas huir de casa con un saco al hombro y empezar a vagar por el mundo? ¿Empezar a hacer cosas que te “saquen” de la realidad?
– Claro que no, yo sólo quiero ser loco.

Mi profesora me sonrió, se acomodó en su silla y me dijo:

– Si es así, no puedo juzgarte. A veces todos quisiéramos evadir las responsabilidades que tenemos y quisiéramos escapar del mundo que nos rodea, pero eso no es posible.
– Pero… es que usted no entiende…
– Claro que te entiendo, entiendo lo que quieres decirme. Pero debes ser un poco más responsable, poner los pies en la tierra y asumir que ya no eres un niño, pronto serás un hombre que no podrá seguir viviendo siempre bajo la sombra y el cuidado de sus padres.
– Si, claro –Respondí con resignación–
– Ahora debes regresar a clase, ya que tienes enormes cualidades pero no serás un médico hasta que termines el colegio.

En el transcurso de esa semana me sorprendió ver llegar a mis padres al colegio, se acercaron a mi para preguntarme que había hecho que los habían mandado a llamar. Yo que no supe que responder, les dije un “nada” poco convincente y ellos simplemente me recordaron el castigo que me esperaba en casa, en caso de haber metido la pata. Regresé a mi salón de clases preocupado, sin saber de lo que mis padres y la profesora estaban hablando. Luego de más de cuarenta minutos de larga incertidumbre en una clase de historia a la que no estaba poniendo la más mínima atención, se acercó la profesora al salón para llamarme a su oficina. Al llegar, se encontraban ahí todavía mis padres pálidos de la ira, quienes ni siquiera me dirigieron la palabra, pero sus miradas me dijeron todo lo que necesitaba saber.

La profesora empezó dirigiéndose a mí. Me dijo que acababa de hablar con mis padres acerca de nuestra conversación de días atrás. Me preguntó que clase de problemas tenía en casa o si creía que necesitaba más afecto y compañía. Mi padre interrumpió diciendo que yo no necesitaba nada que no tuviera, que me habían dado todo lo que siempre había pedido, lo que había necesitado y que no entendían el porque de mi conducta en los últimos días. La profesora que mostraba una comprensión empalagosa continuó por decirle a mis padres lo que todos los profesores están entrenados para decir; que tenían que apoyarme, entenderme, que yo estaba entrando a una etapa muy complicada de mi vida y que lo que tal vez necesitaba no eran cosas materiales sino más comunicación y diálogo. Una larga conferencia para concluir recomendándose a mis padres que pasaran más tiempo conmigo, tuviéramos más comunicación y que si era posible me llevaran a un psicólogo.

– ¡Yo no estoy loco!  –Dije malhumorado, respuesta que a mí mismo me pareció irónica–
– ¡Cállate! –Gritó papá–
– No entiendes –Interrumpió con suavidad la profesora– Nadie dice que estés loco, pero tu si que has dicho que quieres serlo. Además un psicólogo te va a ayudar con tus problemas, en él puedes confiar, te va ayudar a encontrar la mejor solución a las dudas que ahora te bloquean.

Efectivamente, semanas después estaba sentado en una sala de espera leyendo revistas viejas, con mi madre a mi lado esperando la dichosa cita con la psicóloga. Una mujer salió a la puerta del consultorio y dijo mi nombre. Mi madre fue la primera en ponerse de pie y a regañadientes me hicieron entrar a la dichosa consulta. Fueron largas e interminables sesiones con una amable mujer a la que al final terminé haciéndole creer que lo único que deseaba era llamar la atención de mis padres, pues ya no quería dar más explicaciones acerca de mis singulares sueños de locura.

Finalmente estudié medicina más que por complacer a mis padres, por complacerme a mi mismo y la verdad no me arrepiento de ello. Ahora estoy aquí sentado recordando aquellos tiempos, mientras retomo mi cordura pues ya va a llegar mi primer paciente. Aunque admito que después de tanto tiempo, a veces, aún quiero ser loco.

Junio de 2010






6 comentarios:

  1. Creo que todos queremos ser locos. Poder hacer todas esas cosas sin la presión social es completamente liberador. Aunque también cre que si tu protagonista hubiera tenido una infancia buena, jamás habría deseado ser un loco, porque habría hecho todas esas cosas. Un besillo.

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    1. Si, tal vez la locura es un deseo de muchos María, ;)

      Un beso para vos también.

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  2. Hay dulce locura, quién pudiera. pudiera ser la historia de cualquiera. ¿quién no ha deseado esa locura alguna vez. Me encantó tu prosa ligera y elegante. Un saludo.

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    1. Me alegra que te haya gustado Miguel Ángel, gracias por pasar y comentar. Saludos.

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  3. ¡Yo también quiero ser loca! ^^ Síiiiii

    Qué historia... Aunque al final termina por ceder ante la presión social. Creo que a todos nos pasaría... Aunque siempre puedes guardarte un ratito para dejarte llevar ;)

    Me ha encantado :D Otro día, más. Un besote! Y feliz semana :)

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    1. De alguna u otra forma todos estamos locos, sino el mundo sería tan aburrido, Carmen. Un beso grande para vos también.

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