jueves, 18 de febrero de 2016

Una pequeña siesta

La hora después del almuerzo siempre es pesada, la digestión  causa sus estragos y mezclada con el calor de esa tarde de finales de febrero, parecía empeorar. Pablo vio cómo su padre se arrojaba atravesado a la cama para dormir la siesta, mientras mamá se arrebujaba en el sofá, cerraba los ojos con la TV encendida y el control en la mano; sus hermanos tomaban camino estirándose, cada uno a sus respectivas habitaciones y Pastora, la perra, daba vueltas antes de enrollarse junto a la puerta de la cocina. "No queda opción, si no puedes vencerlos...", masculló Pablo mientras se le lloroseaban los ojos y un enorme bostezo le cortaba la frase.

Ese día Pablo estaba de visita en la casa de sus padres, pero era reconfortante saber que siempre podía llegar y encontrar su habitación tal como cuando vivía con ellos. Las cortinas estaban cerradas, pero prefirió dejarlas así, igual, para dormir no se necesita luz. Se sacó los zapatos con pereza y se dejó caer sin más; abrazó su viejo cojín de su equipo favorito de fútbol y se regocijó al sentir ese aroma característico de la ropa limpia lavada en casa de sus padres, "podría dormir mil años..." admitió para si mismo en un susurró, cerró los ojos y se quedó profundamente dormido.

Pablo soñó mil cosas, sueños vagos y confusos, sonó cosas absurdas y sin sentido, sonó con personas conocidas y con personas ya olvidadas, soñó con lugares cotidianos y con lugares lejanos, soñó cosas tristes y soñó cosas alegres, pero sus sueños fueron tantos y tan difusos que al despertar no pudo recordar ninguno.

Abrió los ojos amodorrado y medio perdido. Eso era justo lo que odiaba de dormir en el día, esa sensación al levantarse de no saber dónde estaba, ni que hora era. Bufó, se giró en la cama, azotó la cabeza contra el cojín y abrió los ojos que sentía enrojecidos de sueño aún; como siempre al despertar, estaba de mal humor. Sintió un ligero tirón, como si un hilo muy fino se le hubiera enredado en la mano. "¡Arrg! ¿telarañas?" se preguntó en voz alta con asco y añadió un intento de maldición que se cortó en un ataque de estornudos desesperante.

Se irguió en la cama, tratando de enfocar los objetos de su habitación pero una nube hizo más difuso todo. La situación era extraña, se sentía bañado en polvo como si le hubieran echado encima una montaña de tierra. Su instinto guió su mano izquierda automáticamente al switch de la luz, pero uno, dos y tres intentos no dieron resultado. Buscó el teléfono en el bolsillo de su pantalón, pero al sacarlo y revisarlo este no funcionó, parecía completamente muerto.

Se levantó de la cama de inmediato, pero a través de los calcetines pudo sentir que el suelo estaba sucio, una gruesa capa de polvo cubría el piso al igual que la cama y algo que se movió entre sus pies lo hizo gritar y saltar alterado. Los nervios se apoderaron de él y desesperado gritó llamando a su madre; a pesar de los años, aún conservaba ese instinto infantil, que lo impulsaba a gritar "¡MAMÁ!" en primer lugar cuando estaba asustado. Salió de la habitación, gritando por sus padres y a pesar de que había luz en el corredor, la situación era la misma, las paredes sucias y enmohecidas, el suelo lleno de tierra, los rincones con telarañas y pececillos de plata que huían entre la mugre para no ser aplastados por sus pasos.

Pablo corrió por la casa buscando y llamando a sus padres, llegó a la sala y entre un manto de telarañas y polvo vio a su madre, aún completamente dormida en el sofá, aunque el televisor estaba apagado. Sacudió a su madre levantando polvo nuevamente, le limpió el rostro con cuidado y la llamó varias veces con lágrimas en los ojos, pero ella, a pesar de todo, no despertaba de su plácido sueño. Intentó recostarla nuevamente, pero el desgastado sofá crujió bajo el peso de su cuerpo.

Asustado la cargó en sus brazos y la llevó a la habitación donde también encontró dormido a su padre. Recostó a su madre al lado de este y trató de despertarlo llamándolo, pero él tampoco respondió. Los limpió como pudo y salió de su habitación, para buscar a sus hermanos. Los ojos de Pablo ya se habían acostumbrado a la penumbra de la casa y al pasar por la cocina encontró a Pastora, echada en la misma posición en que la había dejado antes de irse a dormir. Intentó despertar también a la perra, pero al darse cuenta que al igual que con sus padres no obtendría resultado, la sacó del polvo y la movió un poco hacía un lado.

Buscó a sus hermanos en sus respectivas habitaciones y la escena fue exactamente la misma, las cosas en su sitio pero envejecidas, derruidas y llenas de polvo y sus hermanos, sumidos en un profudo sueño del que parecía no podían despertar; por más que Pablo los llamaba y los movía no conseguía nada. Buscó entre las cosas de su hermana hasta encontrar un cargador de teléfono y salió corriendo de vuelta a su habitación. Intentó abrir las cortinas de la ventana, pero estas se despedazaron entre sus manos; echó un ojo al patio, pero el panorama parecía igual de desolador. Afuera, las baldosas se habían levantado a causa de la humedad y las raíces nacían entre ellas, en algunas partes podía observar incluso pequeños arbustos y las paredes, estaban completamente descascaradas, cubiertas de varias capas de musgo en algunas partes que se habían marchitado y vuelto a nacer.

Agarró el teléfono que había dejado en la cama y lo conectó al enchufe con el cargador que había tomado de la habitación de su hermana. Esperó varios segundos interminables, un minuto, quizás más, pero la luz que indicaba que el teléfono se estaba cargando no funcionaba. Oprimió los botones que pudo con todas sus fuerzas, pero no tenía caso. Dejó el teléfono conectado e intentó con la luz del baño, pero tampoco obtuvo resultado. Limpió el espejo del baño con la mano; a pesar de la penumbra, alcanzó a ver su reflejo, a simple vista, además de las ropas raídas por el tiempo, no notó nada raro en su rostro.

Finalmente, Pablo tomó valor para salir a la calle después de haber probado infructuosamente con el teléfono fijo de la sala, de haber llamado de nuevo tres veces a todos, incluso a Pastora y de haber revisado la nevera, solo para tener que cerrarla de golpe a causa del tufillo de descomposición que salió de su interior. Después de mucho esfuerzo logró abrir la puerta de salida que estaba totalmente pegada a causa del óxido y la tierra acumulada.

Al salir al jardín y echar un vistazo, la imagen no podía ser más deprimente. El asfalto y las aceras estaban fracturados, y al igual que las baldosas del patio, en algunas partes podía ver como aparecían insipientes arbustos que buscaban la luz del sol. De las casas vecinas solo quedaban ruinas abandonadas. Un par de autos, oxidados, sin neumáticos y con los vidrios rotos era lo único que había en la calle. No se veía una sola alma a su alrededor. Definitivamente, Pablo esa tarde, había dormido demasiado.

18 de febrero de 2016.

8 comentarios:

  1. Malvado. Gracias a tu texto, no podré ver las siestas de la misma forma .

    u.u

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  2. Un sueño muy desagradable ya que cuando se acostó la siesta todo olía a limpio y en cuanto se durmió todo cambio y la suciedad y la destrucción rea todo en abandono total. Menos mal que era un sueño. Un abrazo

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    1. Jeje, creo que no era tanto como un simple sueño María del Carmen. Un abrazo, gracias por pasar y comentar.

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  3. ¡¡Qué angustioso panorama tras el despertar!! Lo peor de todo es que no dejas claro que fuera solo un sueño... ¿todo ese deterioro era realidad? Uffff por si acaso creo que no dormiré la siesta en casa de mis padres por una temporada...

    Muy interesante y bien escrito, Andrés, me ha gustado mucho :)

    Saudos y buen viernes!!

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    1. Me alegra que te haya gustado Julia; por si las moscas, no fue un sueño. ;)

      Abrazo!

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  4. OMG!! O_o
    A esto yo lo llamo dormir de lo lindo XD Con lo que me gusta a mí eso de echarse un sueñito... Abrazar la almohada, «con ese olor a ropa limpia» como bien has descrito ;)

    Un fuerte abrazo! ^^ Ah! Calla! Ya que estoy voy a ver a mi cura favorito :)

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  5. Jajaja, ya sabes, mucho cuidado con ponerse a roncar mucho que ya ves lo que te puede pasar.

    Un abrazo grande Carmen y gracias por pasar.

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