sábado, 24 de enero de 2015

El duende del papel

Imagen, fuente: http://images.evisos.com.ar/2011/07/12/duendes-porta-vinos-candelabros-llaveros_93c98c5ca_3.jpg


Sentado en un café, coqueteaba con una chica con apariencia de estudiante que se encontraba conversando con sus amigas en otra mesa. Miré la hora, vi que era ya tarde y debía marcharme a casa, debía estudiar y dormir temprano para presentar un examen al día siguiente. No me preocupaba mucho, porque tenía una copia de un examen del semestre anterior y más que estudiar pretendía aprender las respuestas de memoria ya que era bien conocida la fama del profesor de hacer el mismo examen cada semestre. Cuando pagué la cuenta y volví para recoger mi chaqueta, mi maletín e irme; vi algo sobre mi mesa que me causó curiosidad, era una especie de icosaedro hecho de papeles plegados de colores, un poco más pequeño que mi puño cerrado. Pensé que había sido dejado ahí por la chica de la mesa de enfrente, aunque ella miraba para otro lado; algo que yo asumí erróneamente como una vergüenza coqueta causada al dejar a un desconocido un detalle tan particular. Pasé por el lado de su mesa la miré con mi mejor sonrisa de galán y le dije:

- Gracias muy bonito tu detalle.

Ella me miró con cara de sorpresa y con sus amigas soltó una carcajada tremenda que más que hacerme sentir bien me hizo dar vergüenza y salir aprisa del lugar. Paré un taxi y me subí deprisa, le di la dirección de mi casa y se puso en marcha de inmediato, aún iba sonrojado por el aparente ridículo que acababa de hacer y eché la bola de papel en el fondo de mi maletín. Al llegar pagué la carrera y me apresuré a entrar en casa, saludé a papá que estaba sentado en la sala como de costumbre, con el periódico entre las manos y un lapicero en la boca tratando de resolver los crucigramas que nunca había podido, pero que igualmente seguía intentando todos los días, haciendo preguntas absurdas cada tanto. Saludé a mamá pero ella me respondió la misma frase pregrabada con la que me recibe todos los días, desde que tengo memoria:

- Ve y lávate las manos que la cena ya está lista.

Acaricié al perro que a veces duerme bajo mi cama, pasé de largo a mi habitación tiré la maleta y la chaqueta que ya empezaba a sofocarme, me lavé las manos y me dirigí de inmediato a la mesa. Ya estaban todos sentados, papá solo me dirigió un “¿Cómo te fue?” casi sin mirarme; a lo que yo le respondí con un “bien” automático. Me mandé un par de cucharadas a la boca y recogí mis platos para terminar en mi habitación como era costumbre:

- ¿A dónde vas? - preguntó mamá


- A mi habitación - le contesté con la boca llena.
- Recuerda traer los platos, ya que no tengo porque estar levantando tu desorden, ya no eres un niño y…

No escuché las últimas palabras que dijo, pero no hacía falta, era la misma rutina de todos los días, por lo que respondí con otra de mis respuestas automáticas:

-“Si mamá”.

Entré de nuevo a mi habitación seguido por el perro con su andar perezoso y me senté en el suelo al lado de la cama, estiré la mano hasta la mesita de noche, tomé el control y encendí la radio, estiré nuevamente la mano para abrir mi maleta, metí mi mano y saqué mi agenda donde suponía que estaba la copia del examen, abrí el cuaderno, pero no estaba ahí. Metí la mano al maletín pensando que se hubiera salido en el camino pero no pude hallarla, esculqué desesperado por todas partes pero definitivamente no estaba dentro de la agenda, me paré asustado y revolví el maletín nuevamente, vacié su contenido en la cama, pero no la encontré por ninguna parte, la condenada copia del examen había desaparecido y lo único que estaba en el interior de mi maleta eran mi lápiz, mi billetera, la calculadora, cantidad de otros papeles que revisé una y otra vez y la pelota de papel de colores que arrojé contra el armario, el perro se acercó a ella y empezó a ladrarle desesperado por lo que lo saqué de la habitación a los trompicones, ya que no estaba de humor para sus arrebatos. De inmediato vinieron el desconcierto, la negación y después la resignación; “voy a tener que estudiar toda la noche” me dije a mi mismo desconsolado, dándome en la frente con la mano.

Mientras leía y re-leía se me cerraban los ojos y no dejaba de preguntarme

- ¿Se la habré prestado a Gonzalez?, o ¿La habré perdido cuando saqué mi billetera para pagar el café?

Lo cierto es que ya era muy tarde para averiguarlo e igual, con o sin deseos de hacerlo, tenía que estudiar para tratar de aprender algo, que no había aprendido en más de dos meses de clases. Al otro día me levanté tarde como de costumbre, salí corriendo de casa a medio bañar y sin comer nada, y de la misma manera llegué tarde a la universidad.

El profesor era un hombre enfermizo y amargado al que habíamos obsequiado gran cantidad de apodos. Estaba ya bastante entrado en años, disfrutaba poco la enseñanza y no se preocupaba mucho de que no le prestáramos la más mínima atención en clase; era un viejo gruñón que se había visto frustrado en su carrera y había terminado como profesor por mera casualidad. Solo levantó una ceja cuando me vio llegar, me entregó el examen y miró su reloj, por lo que yo empecé a excusarme antes de escuchar cualquier reproche de su parte:

- Que pena profesor, me ha cogido la tarde pero no volverá a suceder. Es que anoche…
- No pidas excusas –Me interrumpió sin prestarme atención– Siempre lo mismo y no vas a cambiar jamás. Mejor deja tu maletín aquí adelante donde pueda verlo, cualquier indicio de trampa te lo anulo de inmediato.
Respondí con un "si señor" entre dientes mientas mis compañeros aguantaban la risa.
- ¿Y qué esperas, que te lleve hasta tu asiento?, ve, siéntate y cállate como los demás.

Mis compañeros no aguantaron y en el salón de clases se escuchó una carcajada unánime que estaba siendo retenida desde que entré por la puerta, por lo que el profesor añadió exaltado:

- ¡Silencio!, el próximo ruido serán cinco décimas menos para todos.

Me dirigí a mi asiento en la segunda fila de la derecha, pero tropecé y me fui de bruces contra la pared. Un silencio sepulcral y luego una nueva carcajada y que ni siquiera el profesor pudo resistir. Me senté entre avergonzado y molesto porque todo me salía mal, tratando de no prestar atención a las risas de los demás ni a los regaños del profesor. Contesté mi examen en menos tiempo del que hubiera esperado, ni siquiera para el estudiante más dedicado de la clase, mientras todos los demás se rascaban la cabeza y lucían angustiados mirando de lado a lado, esperando que la iluminación divina llegase. Situación que me hizo dudar de mis propias respuestas; me detuve para releer todo lo que había escrito y pensé en cambiar un par de cosas, pero al final decidí no hacerlo. “A la mano de Dios” me dije a mi mismo, me paré y me dirigí al profesor que sin mirarme nuevamente me dijo con desdén:

- Vuelve a tu asiento, no pienso responder preguntas.
- Y yo no pienso preguntar nada –Respondí envalentonado–, voy a entregar.
- ¿Así de mal estás que te das tan rápido?, todavía queda media hora de examen y aunque no sepas nada, al igual que el resto de tus compañeros (dijo mientras levantaba la vista para ojear que no se hicieran trampas); creí que ibas a quedarte ahí sentado esperando a que "alguien" viniera y te diera el soplón divino.
- No señor, ya terminé.
- Eso es algo que hay que ver, tal vez sabías mucho o definitivamente no sabías nada y personalmente me inclino por la segunda opción. En todo caso presta atención al acercarte a mí, ya que no quiero un cabezazo igual al que le diste a la pobre pared.

Esta vez nadie rió, estaban muy nerviosos para hacerlo, mientras que yo continuaba ahí parado escuchando su repertorio y mi respuesta salió de mi boca sin pensar:

- Pues será como sea profesor pero yo, ya terminé.

Puse de mal modo mi examen en su escritorio, recogí de nuevo mi maleta y salí del salón con el estomago ardiéndome de la rabia, las manos me temblaban por haber entregado tan pronto y la cabeza me dolía a causa del cansancio y del horrible azotón que me di contra la pared. Fui al baño para echarme un poco de agua en la cara, me miré al espejo y vi mi rostro pálido adornado por el horrible chichón en mitad de la frente que hacía juego con mis ojeras. Fui a sentarme en cualquier parte de la universidad a pensar en mi condenada suerte cuando una hora más tarde se me sentó Fernández al lado y me dijo:

- Pareces un unicornio. Por esa facha y esa cara tampoco te fue muy bien.

- ¿Acaso se te olvidaron las respuestas? –Le pregunté–
- ¿Acaso estás tan dormido que no te diste cuenta?, el viejo reumático nos jugó sucio esta vez. Al parecer se dio cuenta de que su examen ya era famoso en todas partes, que lo tenía medio curso y el otro medio estaba esperando copiarse. Así que fue astuto y cambió todas las preguntas. Apenas acabamos de salir, nos “regaló” media hora más de tortura para responder.
- Pues entonces me salvé -dije- porque Gonzales ayer se quedó con mi copia y tuve que estudiar como un condenado casi toda la noche, así que aún tengo un chico de pasar raspando.
- Pues suerte con eso, al menos aún tienes una esperanza; porque a mi me fue como a ratón de granero cuando lo pillan. Igual, el viejo reumático dijo que publicaba las notas en la puerta de su oficina mañana en la tarde.

Luego llegó Gonzalez con la cara larga como un pepino, incluso más larga que la de Fernández; se sentó a mi otro lado y se limitó a preguntar:

- ¿Cómo les fue?
- A mi no sé porque te quedaste con mi copia del examen ayer. –Dije yo en tono satírico–
- Mal –Añadió Fernández–
-Yo no me quedé con nada –Respondió Gonzalez, de mala forma y agitando su dedo índice de lado a lado– Yo solo tenía la mía y fue la que le copié a Angélica, igual no sirvió de nada si eso te hace sentir mejor.

La tarde llegó y regresé a casa después de despedirme de todos, me senté con papá y mamá y terminé la comida en la mesa como cosa muy rara, al terminar mi madre me preguntó:

- Oye ¿Qué te pasó en la frente?
- Me di contra una pared.
- ¿Una pared de dedos? –Preguntó papá– mientras masticaba una papa.
- Nada de eso una pared en la universidad, me tropecé y me fui de bruces.
- ¿Y entonces que tienes? –Añadió mamá–
- ¿Por qué?, ¿Qué tengo de raro?
- Todo
- ¿Si me pasara algo y quisiera ocultarlo estaría aquí sentado?
-  Por eso mismo, jamás comes en la mesa y se me hace raro que hoy lo hagas. Más cuando tienes un chichón que parece un cono.
- No lo sé, simplemente quería comer con ustedes y ya está. Pero, si les molesta no lo vuelvo a hacer.
- No es eso, pero no deja de ser raro.
- Está bien me voy a mi habitación.

Recogí mi plato, lo llevé a la cocina y me marché a mi habitación, tiré la camiseta encima de la cama y de repente vi en el suelo la misteriosa pelota de colores que había encontrado en la mesa del café la tarde anterior y que había olvidado por completo, la recogí y la sacudí; había algo dentro, pero no quería desarmarla porque sabía que no iba a ser capaz de armarla nuevamente. La miré a contra luz, pero no vi nada, la desarmé con mucho cuidado, pero al final terminé con varias hojitas de papel con dobleces en mis manos y lo que había dentro. Era un pequeño muñequito con forma de duende, no más grande que mi dedo meñique. Estaba hecho de un material parecido al de las fichas de dominó y parecía pintado a mano debido a la calidad de sus detalles, lo giré para mirar y debajo de la base tenía lo que parecían unas minúsculas letras talladas; cuando acerqué la vista para ver mejor, era un letrero que decía:

“Duende del papel”

- ¿Duende del papel? –Me pregunté a mi mismo-

Me pareció simpático, aunque no entendía porque alguien metería un muñequito como este dentro de una bola de origami y lo dejaría sobre mi mesa. No me importó, encendí la radio y abrí la puerta para que el perro entrara de nuevo a hacerme compañía, lo llamé y cuando este vino se paró frente a mí y empezó a ladrar enfurecido, como si no me conociera, por lo que tuve que sacarlo al corredor entre empujones nuevamente.

Al día siguiente en la tarde, me dirigí a la oficina del profesor para ver los resultados de mi examen. Cuando llegaba, todos los que salían, lo hacían con rostros de decepción, pero al verme sus gestos cambiaban de inmediato por una expresión de sorpresa. González y Fernández apenas me vieron y sin saludarme se me acercaron para interrogarme:

- ¿Oye como lo hiciste?, ¿Eres un genio o el puto tramposo más grande del mundo?
- ¿De qué hablan? –Les pregunté sorprendido–
- Mira –Me dijeron ellos tomándome cada uno por un brazo y señalando mi nota en la lista–

No lo podía creer, era un 5.0, nota perfecta que hubiera sido imposible de obtener aunque hubiera hecho el examen con el cuaderno y los libros abiertos, en mi casa y con la ayuda de alguien más. El profesor que salió para silenciar el alboroto, me vio con mi sonrisa de idiota parado frente a la puerta; y me dijo tirándomela en las narices:

- Felicitaciones, pero si me doy cuenta como lo hiciste te las vas a ver con el decano.

Esa tarde salí feliz y sonriente de la universidad dando gracias por mi inesperado golpe de suerte y luciendo mi chichón orgulloso, iba de camino a tomar la ruta que pasaba más cercana a mi casa, cuando un hombre que se encontraba con su automóvil varado al lado del andén me silbó y me pidió que le ayudara a cambiar una llanta. No me sorprendía que estuviera plantado ahí pues esa era la cafetera mas vieja y fea que había visto en mi vida, pero me encontraba de buen humor y lo hice con gusto, el hombre al terminar me dijo que si quería, podía acercarme a mi casa. Lo dudé por un momento al ver el estado del traste aquel pero luego acepté tranquilamente, pues las monedas tienen un valor inigualable para un estudiante y así me ahorraría el dinero del pasaje.

Nos fuimos conversando por el camino; el sujeto, que tenía una apariencia bonachona, me preguntó a que me dedicaba. Le conté y con un tono de amabilidad interesada como el que usan todos los comerciantes, me preguntó si acaso quería trabajar.

¿En qué? Le pregunté yo, a lo que el respondió que hacía poco había montado un nuevo restaurante y que necesitaba un mesero que hiciera turnos de noche, la paga no era muy buena pero era mejor que no estar haciendo nada con el tiempo libre. Yo acepté ir a probar suerte, pues necesitaba algo de dinero extra. Al final me dejó en casa y me dio su tarjeta, me dijo que me presentara en la noche siguiente pero no me dijo las indicaciones del restaurante, cosa que no me pareció necesaria con la tarjeta en mis manos.

Entré a la casa radiante; aparentemente la suerte me sonreía. Esa noche comí y conversé largamente con mis padres, me fui a dormir y puse la tarjeta bajo el duende que permanecía en el nochero, para que no se perdiera entre el desorden de mis cosas. La noche siguiente después de regresar de la universidad me alisté y comí rápido para salir rumbo a mi nuevo empleo, estaba a punto de cerrar la puerta de la casa cundo recordé que no llevaba conmigo la dirección del lugar. Regresé a buscarla; pero ya no estaba ahí. Revolví toda mi habitación, busqué en los cajones, les pregunté a mis padres pero esta no apareció jamás. Resignado y tarde en la noche, me fui a dormir entre los reproches de mis padres por mi maldito desorden. Al otro día después de desayunar regresé a mi cuarto y noté algo que no había notado antes; mi duende del papel no estaba en su sitio. Una nueva búsqueda infructuosa, más desorden en la habitación, más preguntas sin respuesta, pero al final el duende no apareció. Mi madre me dijo que probablemente lo había tirado por ahí la noche anterior cuando buscaba la tarjeta del restaurante y yo acepté esa explicación pues me pareció lógica y ya se me hacía tarde para irme a estudiar.

Llegué a la universidad en donde no se hablaba de otro tema que no fuera el asalto de la noche anterior. Al parecer dos individuos habían robado una lujosa joyería y habían intentado escapar a toda velocidad en una camioneta que habían estrellado minutos más tarde contra un restaurante de comidas rápidas. Casi caigo desmayado cuando escuché el nombre del restaurante, era el mismo en el que se suponía iba a trabajar la noche anterior. Varios heridos, los ocupantes de la camioneta aplastados dentro de la cabina y el dueño del local en estado grave. Regresé a casa al medio día todavía consternado por la noticia. Aún no podía creer la suerte con la que había contado ni el siniestro y ridículo accidente del que me había salvado la noche anterior. Me senté en la sala y papá me mostró el diario en el que salía la noticia, mi padre con un gesto mezclado de satisfacción y sorpresa, me preguntó:

- ¿Ya te diste cuenta?
- Si en la universidad no se hablaba de otra cosa.
- Has tenido una suerte increíble. –Dijo el revolviéndome el cabello–

De inmediato recordé al duende del papel y corrí rápidamente a buscarlo de nuevo; pero por más que lo intenté no lo logré. Lo único que encontré fue la condenada copia del examen, la tarjeta del restaurante y muchos papeles más que había perdido antes, lo que me pareció más raro aún. Después de varios días lo di por perdido e incluso llegué a olvidarlo; pero, esta mañana al salir a la puerta vi algo que me sorprendió y que me impulsó a escribir este relato; era él, estaba tirado ahí en la mitad del andén, sonriente, me miraba con una mirada traviesa con sus diminutos ojos pintados a mano, y debajo suyo; un volante de un bar cercano a mi casa en el que anuncian vacantes para meseros. No se si todo lo que ha pasado con respecto a mí y a mi pequeño amigo sea solo un montón de coincidencias, tal vez solo sea una racha de buena suerte, lo cierto es que ahora me dirijo a la dirección del bar aquel y por si las moscas, lo primero que puse dentro de mi maletín al lado del volante con la dirección; fue a mi curioso duende del papel.

Mayo de 2010


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