sábado, 11 de abril de 2015

Adiós mi preciosa Michelle

El corazón de Jason latía cada vez más rápido al acercarse a la casa del hombre que se disponía  a visitar aquella tarde. La mano que sostenía aquel libro se movía temblorosa y un sudor incómodo recorría todo su cuerpo. El título del libro ponía “Adiós mi preciosa Michelle”, era la historia del sobreviviente de un atentado terrorista; un libro autobiográfico en  el que el autor narraba los acontecimientos antes, durante y después del atentado, el tiempo de recuperación en el hospital y la profunda depresión en la que se había sumido al verse completamente desfigurado e incapacitado para trabajar como lo hacía antes.

Jason, había leído el libro una y otra vez durante años y desde ese entonces se había prometido a si mismo que cuando pudiera hacerlo, haría lo posible por conocer al autor, promesa que estaba cumpliendo ese mismo día. La casa que correspondía a la dirección que había podido consultar Jason, estaba alejada de la zona central de la ciudad, era pequeña de paredes azules, con puertas y reja de color blanco; en el antejardín estaban plantados dos descuidados árboles que se deshojaban sobre las baldosas y las levantaban con sus raíces.

Jason llamó a la puerta con tres toques secos pero no obtuvo respuesta, repitió sus golpes un poco más fuerte y desde adentro oyó un “¿Quién es?” entre gutural y gangoso que le heló la sangre.
Busco a… busco al señor Salvador Colorado –Se apresuró a responder Jason– El autor de “Adiós mi preciosa Michelle”.

¿Quién me necesita? –Preguntó de nuevo la voz desde el interior de la casa–
Soy un lector de su libro… señor, quería conocerle en persona.
Váyase –Respondió la voz– No tengo nada de qué hablar con nadie.
Señor, hace años que quería conocerle, leí su libro varias veces y lo admiro mucho. No quiero incomodarle, solo quiero conocerlo ya que su historia me parece impactante.

Silencio por un par de minutos fue la respuesta que obtuvo Jason que permanecía parado a la puerta casi sin esperanzas de ser atendido. Justo antes de dar la vuelta y marcharse, la puerta empezó a abrirse con lentitud dejando ver adentro una casa oscura y una figura que asomaba con timidez. Cuando se hubo abierto lo suficiente como para reconocer algo de aquella figura, Jason tuvo que forzarse para tragar saliva y contenerse para no evidenciar su espanto; un hombre con el rostro completamente desfigurado por quemaduras horribles, al que le faltaba un ojo y de baja estatura se apoyaba en un bastón mientras le decía:

¿De qué quiere hablar conmigo?, no creo que haya nada en lo que pueda ayudarle un hombre deforme como yo.
Venía por el libro –Dijo Jason mientras lo levantaba para mostrárselo– Quería conocer al autor, nada más.

El hombre de adentro miró a Jason con su ojo bueno que lucía brillante y que daba la impresión de soltarse en llanto en cualquier momento. Hizo un gesto de invitarle a seguir y tomar asiento mientras le preguntaba y se movía con dificultad hasta uno de los sillones de la sala:

¿Cómo lo consiguió? -Dijo señalando el libro- Casi nadie lo leyó y otra cosa, ¿Cómo me encontró a mí? Se tomó muchas molestias para venir a verme.
Como le digo, lo leí muchas veces. Este libro fue mi compañero en mis momentos de soledad y tristeza, la historia me tocó y tengo mis motivos para ello; ya llevo un tiempo buscándole, la verdad no fue difícil dar con su paradero.
- Para serle sincero, no es que me resulte agradable hablar de ese libro; casi siempre que conozco a alguien quiere hablar de lo mismo y la mayoría de las pocas personas con las que aún hablo, a excepción de mi hija, me tratan lastima lo que no resulta nada agradable. Pero me causa interés saber cuales son esos motivos que lo traen hasta aquí, siéntese, un poco de compañía no le hará mal a un viejo deforme y cansado, igual no tengo mucho que hacer ahora mismo.

Durante un rato los dos hombres conversaron; Jason le contó a su anfitrión lo que había hecho y las personas que había consultado para dar con su paradero, mientras que Salvador le contó algunos de los detalles de su vida antes y después del atentado, fue una charla muy emotiva en la que fue necesario hacer varias pausas para pasar los recuerdos nostálgicos.

El libro estaba dedicado a la hija de Colorado, que tenía apenas cinco años al momento de los sucesos que narraba el libro, la esposa de Colorado lo había abandonado un año después y se había llevado consigo a su hija, a la que sólo había visto un par de veces en el último año. Salvador Colorado vivía solo, manteniéndose económicamente gracias a una pensión por invalidez, pero la depresión y el daño en su autoestima ocasionado por las terribles quemaduras que le habían desfigurado para siempre lo habían alejado casi que por completo de la sociedad y lo habían dejado solo, encerrado, sin amigos ni parientes cercanos en esa casa de los suburbios, saliendo a la calle solo para lo estrictamente necesario. Jason escuchaba cada palabra con atención mientras sentía que cada relato de su interlocutor lo hacían sentir cada vez peor.

Pero, no me ha contado por qué llegó usted a leer mi libro –Preguntó Salvador de repente, haciendo una pausa en su narración–
Bueno, verá usted –Respondió Jason agachando la mirada– Lo leí durante el tiempo que estuve condenado en  la cárcel, fui condenado a diez años de prisión por porte y tráfico de armas.
Ah, ya veo, entiendo –Respondió Salvador– que se removió en su silla con desconfianza.
No, no entiende usted; estoy seguro que los explosivos para el atentado del que fue usted víctima, en algún momento pasaron por mis manos, hubo una época en la que yo era el proveedor de la mayoría del armamento que circulaba por esta ciudad. Pero... -Jason hizo una breve pausa- Uno pasa por la cárcel y se replantea muchas cosas ¿Sabe? Uno tiene la oportunidad de reevaluar su vida, de arrepentirse, de aprender, de volver a empezar como dicen por ahí y la verdad es, que estoy aquí para pedirle perdón –Confesó Jason finalmente, con la voz temblorosa y un nudo en la garganta– Es una promesa que me hice durante el tiempo que estuve en prisión. Créame, no es fácil estar aquí. Si pudiera devolver el tiempo, compensarle en algo, hacer algo por usted, créame estoy a su disposición, pero por ahora solo me queda pedirle perdón.

Salvador que se quedó en silencio por unos minutos mirando a ninguna parte de repente retomó la palabra simplemente para decir:

Váyase, déjeme solo por favor, no le guardo ningún rencor pero por favor váyase, no hay nada que usted ahora pueda hacer por mí.  Váyase en paz, si lo que quiere es oír que le perdono pues está bien, está usted perdonado.

Jason guardó silencio un par de segundos antes de pararse, luego salió de aquella casa despidiéndose del hombre con el mayor respeto que pudo demostrar y cerrando la puerta tras de sí. Los fantasmas de su pasado lo atormentaban y le apuñalaban el corazón al pensar en aquel hombre solitario y desfigurado que se había quedado sentado solo en un sillón de la sala de aquella casa. Se cruzó de acera para buscar la avenida por donde había llegado y de repente, mientras escapaba por un segundo de sus pensamientos; Jason vio como una chica cruzaba la calle sin prestar atención, mientras que un vehículo que perdía el control al intentar frenar para evitarla se movía inevitablemente hacía ella.

Sin pensarlo, Jason se abalanzó sobre ella para empujarle sin poder evitar él mismo ser embestido por el automóvil. Voló por los aires y cayó al pavimento; intentó ponerse de pie pero un fuerte dolor en su espalda y la pérdida del control de sus piernas se lo impidieron, mientras una nube roja nublaba su vista.

Entre el aturdimiento del momento pudo oír la voz de una mujer que pedía ayuda desesperada mientras la multitud se congregaba a su alrededor. Era una chica guapa, de unos veintitantos años, alta, de cabello moreno y con unos ojos hermosos, era la misma chica que minutos antes Jason había salvado de ser arrollada por el auto. La chica estaba junto a él limpiándole como podía el rostro mientras le decía:

No se preocupe señor, quédese tranquilo y no haga ningún esfuerzo, ya viene ayuda en camino, mi nombre es Michelle Colorado, soy paramédico y voy a ayudarle.

Jason sintió gran tranquilidad al oír esas palabras y mientras una lágrima disuelta en sangre rodaba por su mejilla solo atinó a preguntar:

Eres tu la hija de Salvador Colorado ¿verdad?...

La chica que se sorprendió por la pregunta lo miró con un gesto de confusión mientras le respondía con un tembloroso “si” que se le escapaba de los labios. Ante tal respuesta, Jason solo sonrío y dijo mientras cerraba los ojos para descansar definitivamente:

Muchas gracias, ahora puedo descansar en paz. Adiós preciosa Michelle.

Abril de 2015.

2 comentarios:

  1. Vaya, veo que también sabes escribir historias que llegan al alma. Una historia preciosa. Cómo al final, el hombre consigue devolverle algo a Salvador.

    Me ha gustado un montón. Gran trabajo :D

    ¡Abrazo! Y hasta la próxima :)

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    1. Que bien que te haya gustado Carmen, ¿Me creerías si te digo que ha salido de un sueño que he tenido?

      ¡¡Un abrazo enorme para vos también!!

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