martes, 11 de agosto de 2015

Domingo 15 de agosto de 2010

Domingo 15 de agosto de 2010

Anoche he tenido una pesadilla horrible que solo puede ser producto una de dos cosas o las dos cosas a la vez: los tragos de vino que tomé demás o mis dudas me están enloqueciendo. Estaba sentado en la cama, con una colilla a punto de apagárseme entre los dedos meñique y anular de la mano izquierda, si, aún tengo la manía de fumar así, a pesar de todo, aún me molesta el olor del cigarrillo entre los dedos. Ya me había olvidado lo ocurrido con el espejo por la mañana y apenas si podía notar su presencia a pesar de que permanece recostado contra la ventana. 

¡Dios, que frío que estaba haciendo!

En ese momento recodé haber dejado la ventana abierta al atender a los dos tipos esa mañana. Retiré la manta del espejo y lo moví a un lado, al cerrar la ventana volví el espejo a su sitio original. En seguida empezó a hacer más frío que cuando la ventana estaba abierta, pero después de un par de tragos empecé a hablar solo y en voz alta como de costumbre, aún recuerdo cada palabra, a pesar de lo confuso de la situación. Me sentía solo, me sentía desesperado y otra vez estaba dudando, de hecho aún sigo dudando.

Rompí en llanto y lloré como no había llorado desde que tengo uso de razón, como lloran los niños cuando han perdido a sus padres, como solo puede llorar un padre o una madre que se ven forzados a enterrar a sus hijos después de una horrible epidemia, un desastre o una guerra sin sentido, lloré como muy seguramente lloraron muchas madres al ver a sus hijos colgando de tres clavos en una cruz, lloré como muy posiblemente han llorado las madres de hijos desaparecidos y secuestrados a causa de una guerra sin sentido, las lágrimas que me bajaban por las mejillas, caían como fluía el agua del lavamanos que usé el día anterior para lavarme el rostro, ese chorro continuo que me recuerda los rostros de niños, madres y viejos desconsolados por el hambre, la miseria y la enfermedad; la enorme diferencia es que el chorro del lavamanos lo puedo detener con solo girar la llave un poco, pero para frenar esas lagrimas son necesarias mucho más que unas cuantas palmaditas en la espalda y mucho más que un poco de tiempo.

– Maldito demonio, –Grité en mí embriaguez– tu eres el responsable de mis dudas, ¿Dónde te escondes? dame respuestas, necesito que me respondas, ¿Cómo puedes torturar tanto a las personas? ¡Responde! –Luego de eso sólo pude orar entre sollozos–
– ¿Estás seguro, que quieres saber? 

Me dijo una voz varonil mientras me quedaba neutralizado por el miedo. La habitación se puso rápidamente más y más fría, al mismo tiempo que se saturaba de un olor a claveles, mezclado con un olor metálico como el de la sangre. Hacía tanto frío que de mi boca salía humo, lo que empaño el espejo que se encontraba al frente; el cual a pesar de la oscuridad era capaz de distinguir completamente bien.

– ¿Quién anda ahí? – Pregunté–
– Tú sabes quién soy, tú mismo me has invocado.
– Ay Señor –Me quejé llorando mientras estampaba la botella en la pared– esto debe ser producto de mi imaginación o del maldito licor.
– Tal vez Dios no tenga nada que ver, además ni Él ni yo tenemos la culpa de que tú no sepas beber –respondió burlona aquella voz–
– ¿Quién eres?, ¡Muéstrate!
– Si no crees en el sonido de mi voz, ¿Por qué habrías de creer en mi imagen?
– ¿Qué eres? ¿Quién eres? ¿Y qué haces aquí?
– Ay vamos, tú sabes que soy, también sabes quién soy, ya que tú me llamaste, dijiste que querías respuestas ¿no?, me preguntaste donde me escondía… Pues aquí estoy. Además en el transcurrir de la historia de este mundo he tenido tantos nombres, que necesitarías muchos diarios para poder escribirlos todos, pero si quieres, llámame Diablo.

En ese momento preso del terror solo atiné a hacerme la señal de la cruz y a responder, mirando a todos lados:

– ¡Atrás engendro!, ¡Atrás!, abandona mi casa inmediatamente, ya que no eres bienvenido en mi hogar, yo me encuentro protegido por el Señor.

Diciendo esto, me persigné nuevamente y empecé a rezar un padre nuestro de rodillas en la cama.

– Eres un anfitrión muy grosero Sebastián, que mal, que mal, que mal, mal, mal, me decepcionas, ya que tú mismo me llamaste. No pongo en duda que estés protegido por Él, ya que todos ustedes lo están, tus oraciones no me molestan ni me incomodan, de hecho podría acompañarte a rezarlas ¿Acaso recuerdas que significan?; pero me echas de tu casa como un parásito indeseable y no acostumbro quedarme en lugares donde no soy bienvenido, así que hasta luego, en otra ocasión será nuestra conversación.

Estas últimas palabras causaron tanto estupor en mi mente, que caí inconsciente del miedo y no desperté hasta hoy. La mañana está tan fría que no me dejó despertarme temprano para acudir a la eucaristía, me levanté de la cama indispuesto. Son ya las 10:30 y está sonando el teléfono ¿Quién podrá ser? Continuaré después…




4 comentarios:

  1. ¡Y apareció el susodicho! jejejeje Ya tardaba en hacer acto de presencia. ¿Será el tipo trajeado? Mmmm... (me lo podías chivar no? :P ) Me ha gustado eso del frío, y la extraña forma que tiene el cura de fumar XD y me ha sorprendido el olor a claveles, no hubiera dicho nunca que olería así.

    Interesante capítulo ^^

    ¡Feliz semana! Abrazooo :D

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    1. Que bien que te haya gustado Carmen, un abrazo y feliz semana para vos también.

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