Llevaba horas huyendo, no era la primer vez pero parecía que esa sería la última, ahora estaba acorralado. Los policías estaban por todas partes entre los contenedores de aquel muelle industrial, casi que podía oír el sonido de sus botas al correr mientras chapoteaban en los charcos de agua, buscándole aquí y allá entre las sombras que producían las luces de sus linternas. Apretó el cristo que llevaba colgado al cuello con su mano izquierda y se lo acercó a los labios para repetir los nombres de su madre, su esposa y su hijo como lo hacía siempre que salía de casa, poniendo su acento en cada nombre que se enredaba con las gotas de agua que le corrían rápido por el rostro y le goteaban desde el mentón. Con el cañón de su calibre 38 apoyado en la frente, repetía una y otra vez, mientras la herida de la pierna sangraba incesante.
Esa noche llovía sin parar y sin embargo el calor y esa sensación pegajosa salobre que se percibía en el ambiente no había disminuido, la atmósfera era igual de pesada. Sabía que iba a morir, pero quería dar pelea hasta el último momento, no podía aceptar que él, que había sido un rey entre los suyos, que a sus escasos veinte años ya cargaba un largo historial de muertes encima pudiera ser presa fácil de los agentes de la ley.
En un momento oyó que gritaron su nombre y al levantar su rostro vio una silueta oscura que se dibujaba contra la escasa luz y entre las gotas que le delineaban la figura. Supo que el momento había llegado, aunque muriera en ese instante estaba dispuesto a arrastrar consigo la vida de uno de los policías que lo perseguían con tanta obsesión. Se movió tan rápido como pudo mientras el ruido de las armas disparando en direcciones contrarias acayó por segundos el sonido de la lluvia y los fogonazos de cada disparo iluminaron tenuemente el callejón oscuro formado entre los viejos contenedores. A pesar de disparar lo mejor que pudo, se dio cuenta que el dueño de esa silueta se movía rápido, sabía que había fallado, por el contrario sentía las balas incrustándose en su costado y en su hombro mientras caía rendido.
A lo lejos podía oír los gritos de los agentes acercándose mientras aquella sombra se movía con celeridad hacía donde él yacía por última vez. Al ver al dueño de aquel rostro que se iluminó por un relámpago nocturno quedó sorprendido e hizo un último esfuerzo por alcanzar su arma, pero nuevamente su victimario fue más rápido y la alejó de una patada. Vio como aquel individuo se acercaba con el rostro hecho de piedra mientras le ponía el cañón entre las cejas y le decía por última vez:
- Tenías razón en dos cosas mi querido y buen amigo, nunca caerías ante un policía y las deudas tarde que temprano se pagan.
Febrero 2015.
Febrero 2015.
Me ha gustado mucho, el final, totalmente inesperado, te deja con ganas de saber más sobre la historia. Un saludo.
ResponderBorrarOh, muchas gracias María por pasarte y comentar. Recibe un abrazo de mi parte.
BorrarVaya con el asesino... No sé lo ha pensado dos veces, jejeje Y la frase final ha estado genial! Las deudas, tarde o temprano, de pagan.
ResponderBorrarComparto con gusto!! 😊
Uy, pero Carmen este texto es re-antiguo. Un abrazo.
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